viernes, 9 de noviembre de 2012

COLOMBIA SOLITARIA ENFRENTA A LAS BANDAS CRIMINALES Y TERRORISTAS. Felicitaciones por este artículo tan hermoso escrito por un columnista español, hablando sobre nuestra Patria. Esto es periodismo, porque ningún periodista colombiano lo hace. Este artículo escrito por este español, nos hace reflexionar de verdad en lo solos que estamos los colombianos en la lucha contra el narcotráfico en sus 2 variantes: Bacrim y Guerrillas COLOMBIA DESDE SU SOLEDAD Por: ALONSO USSIA COLUMNISTA DEL PERIÓDICO “OPINIÓN”-ESPAÑA Me confieso un enamorado de Colombia. No se habla mejor español en el mundo. Y no es preciso acudir a un colombiano de la clase alta y mejor cultivada para oír la belleza de su lenguaje. El dominio y el donaire de la palabra están en todos sus habitantes. Colombia es una nación grande y rica, con dos tragedias que nunca terminan, el narcotráfico y sus dos (2) variantes o expresiones armadas: las Bacrim (bandas criminales), secuelas de las antiguas AUC (grupos paramilitares o de "autodefensa) y los grupos guerrilleros (FARC y ELN). Quizás la tragedia sea sólo una con dos caras diferentes de muerte y ruina.. Sin la guerrilla no existirían otras bandas y fuerzas paramilitares que enredan aún más el drama. Colombia es una nación injustamente desprestigiada. Cierto es que la inmensa red del narcotráfico usa a decenas de miles de inmigrantes naturales para extender el terrible negocio de la droga. Pero otras decenas de miles de colombianos, que nada tienen que ver con las grandes empresas de la muerte, son tratados y recibidos como si fueran delincuentes. Colombia, que es una de las naciones más acogedoras, hospitalarias y cultas de América, es un país que ha asumido su soledad. Me pregunto –y me respondo- si todo el esfuerzo económico y humano que se ha empleado en Irak no hubiese tenido más justificación en Colombia, Colombia no se merece sufrir lo que está padeciendo. La guerrilla que así misma se autodenomina "revolucionaria" (?), las llamadas FARC, ese ejército comandado por "virtuosos asesinos", ocupa una buena parte de su territorio. El gobierno del Presidente Juan Manuel Santos le ha asestado golpes muy fuertes a estos facinerosos, que a nombre de la "revolución" cada día agreden al pueblo colombiano, que no ha contado con el apoyo ni la solidaridad de los gobiernos de otras naciones, que observan impávidos como se masacra a la población impunemente. Pero nadie en el mundo occidental ha reaccionado! Colombia no es tratada como una democracia más, sino como un sistema distinto. Está sola y hemos dejado solos a millones de colombianos pacíficos, honestos, y trabajadores. ¿Por qué contra Sadam Husein y no contra Cano y su ejército de criminales? Una considerable proporción de los llamados “guerrilleros” no saben ni para qué luchan. Un sistema perverso y estalinista los ha hecho presas de su crueldad y ha logrado desprestigiar una patria noble y ansiosa de llegar a la paz. Cierto es que el nuevo mandatario de los colombianos, Juan Manuel Santos, ha querido abrir la puerta para un eventual diálogo con estos asesinos crueles, en aras de encontrar un cese a este conflicto interminable, pero la realidad es no hay diálogo posible con la arrogancia que deriva del fusil, el coche-bomba y el dinero de la cocaína. Los terroristas tienen que sentir que el Estado los va a derrotar, América Latina y el mundo deberían unir sus voces de rechazo a estos astutos y desalmados criminales que desangran a un país que ha resisitido con valentía y dignidad el embate del terrorismo más infame y cruel. Son muchos los años que han transcurrido y el Estado colombiano no parece capacitado para terminar con el terrorismo, que allí no es grupo sino ejército, con un potencial extraordinario y el apoyo constante del gran negocio por el cual Colombia se ve desprestigiada, los países consumidores agachan la cabeza y señalan, cuando son ellos los culpables por ser quienes ponen los capitales y los consumidores. ¿Cuántos colombianos tienen que morir, además de las decenas de miles de ellos asesinados o caídos en la selva luchando contra los terroristas, para que el mundo occidental reaccione? ¿Acaso la existencia de esos ejércitos asesinos favorece intereses ocultos en los países más poderosos de la tierra? Las armas que se les vende a escondidas a estos desetabilizadores terroristas? ¿será ese uno de los motivos? Colombia se muere porque se siente sola. Colombia emigra porque las circunstancias han hecho que allí la vida no se incluya en la relación de los derechos fundamentales. Por mucho que haga el Estado y por admirable que sea el coraje cívico de sus dirigentes, el camino para alcanzar la paz y la rendición del terrorismo se adivina largo y penoso. A uno, personalmente le duele mucho más la tragedia de Colombia que la de Irak. Los colombianos son los nuestros, o mejor escrito, aún mejores que los nuestros. Si hay que actuar con la fuerza en algún lugar para lograr la paz, allí está Colombia, enhiesta y digna. La bellísima nación de gente buena que nos da día tras día, una lección de valentía desde su soledad. Un país desprestigiado como el que más, pero hermoso, culto acogedor y valiente que no se merece la suerte que corre ni la mala fama que lleva en sus espaldas. Son muchas más las cosas lindas con que cuenta este bello país que por tener males tan endémicos sufre, esperamos verla levantando la cabeza y saliendo adelante. !!!ADELANTE COLOMBIA LEVÁNTATE Y SURGE COMO EL AVE FENIX PARA QUE LOS QUE NO SOMOS TUS HIJOS, PERO QUIENES TE AMAMOS Y TE RESPETAMOS, PODAMOS VERTE COMO LA GRAN PATRIA VALIENTE Y HERMOSA QUE ERES. ALONSO USSIA. Enviado desde mi iPad

domingo, 16 de septiembre de 2012

PAZ MATA JUSTICIA

Por: Fabio Lozano Uribe En Colombia hay paz y hay guerra, lo que no hay es Justicia; y no la hay porque nuestros gobernantes siguen contando con los votos de la subversión para fortalecer su caudal político. Los diálogos son eso: la negociación del paquete de leyes que se debe expedir para que los alzados en armas tengan plena libertad de inclinar la balanza de la única justicia que conocemos: la electoral. No importa que traficantes de droga, asesinos y secuestradores queden amnistiados y su reinserción a la vida civil dependa de sumarse a los anillos de pobreza urbanos sin otra opción que dedicarse a la misma criminalidad. No importa que Timochenko recobre el estatus político de las Farc y sus esbirros sean elegidos alcaldes. Importa menos aun que siga habiendo colombianos dejados a su suerte desprovista de ley y de Estado, porque siempre habrá a quien echarle la culpa de la “guerra”. Siempre habrá con quien negociar una siguiente “paz” y, así, a quien echarle la culpa de la “guerra” venidera, la de despuesito y así sucesivamente en un ping pong sin maya, sin mesa y sin raquetas porque normatividad que garantice una misma Justicia para todos es lo que no hay. Podemos vivir en tiempos de paz y en tiempos de guerra, de acuerdo a los titulares de El Tiempo, lo que no podemos es vivir sin Justicia; y eso es lo que nos está asfixiando. El gobierno de Uribe es un buen ejemplo de tal patología. Poner uniformados en las carretas fue una manera de vendernos la ilusión del despeje de nuestras vías respiratorias, hasta que caímos en la cuenta de que eso se logró diseñando una justicia abundante para los paramilitares y otra precaria para la guerrilla. ¡Qué sorpresa! ¿Nos preguntamos de dónde viene el asma crónica que padecemos? Todos los colombianos quieren paz, pero no todos quieren Justicia y menos los que tienen la suya propia de acuerdo a apellidos, capacidad adquisitiva, capacidad criminal, patrimonio o nexos con el poder. Una es la justicia para los Rastrojos y otra para los Uniandinos; una para Inocencio Meléndez y otra para Emilio Tapia; una para Sabas Pretelt y otra para Yidis Medina; una para Nicolás Castro y otra para Jerónimo Uribe; una para el pederasta con las uñas sucias y otra para el violador con el cuello blanco. A la paz le damos aire y a la guerra le damos fuego, mientras la justicia recibe palmaditas en la espalda. Tengo una amiga que se llama Paz Guerra, prima hermana de Vida Guerra la modelo cubana. Pendenciera pero suave y relajada en los momentos del amor. Cuando la llaman por su nombre se abre de piernas con facilidad, como si no hubiera derrotero distinto a la necesidad de lograr un estado de prolongado paroxismo. Cuando saca a relucir el apellido se descompone, se vuelve obstinada en resolver los conflictos que la afligen y en señalar a los culpables de sus falencias o desvirtudes; o sea, en una tarde puede pasar de entregar el goce de sus dadivosos muslos a empuñar la espada del rencor y desatar las rencillas más inútiles. Sin embargo, es justa. Sus principios rigen su vida, no los sacrifica por ganar una pelea o por mantener un ardoroso romance. Están ahí, hacen parte de su estructura como ser humano. Nuestra amiga Colombia, en cambio, es injusta. Se comporta distinto según el marrano. Se acuesta con unos por una poca plata y a otros les pasa la cuenta como si engendrara en ella el Jardín de las Delicias. Deja que los más encumbrados le levanten la falda y se acomoden en sus bajos fondos, mientras se pone retrechera con los menos favorecidos o con menos recursos para negociar caricias o comodidades adicionales. Su proxeneta de turno conoce tales comportamientos y los alienta al extremo de tratar, de tú a tú, a sus más acérrimos enemigos y de congraciarse con quienes la han vejado y utilizado con desconsideración. ¡Cómo será! Que proxenetas anteriores le coquetean todavía, no se acostumbran a la nostalgia de haberla perdido, de no haberla podido usufructuar por más tiempo. Nuestra pobre amiga, entonces, acoge la paz y alimenta la guerra -es su modus vivendi, no sabe otra cosa- pero sin parámetros de Justicia porque quienes se la gozan están más prostituidos que ella y se acostumbraron al río revuelto de su pesca milagrosa. Con los nuevos diálogos de paz y sus buenos augurios por parte de los sapos y de los ingenuos, empieza también la campaña por la reelección del actual Presidente de la República. Un proceso de paz en curso, con buena prensa, es su boleto al próximo cuatrenio. Para prometer la paz sólo se necesita estar en guerra y eso, en Colombia, se puede hacer en cualquier momento porque velamos por que sigan ahí los culpables de siempre. Prometer Justicia, en cambio, es prometer un ajuste de cuentas interno que enfrentaría los poderes públicos, que socavaría la tranquilidad política mínima para garantizar la gobernabilidad y que pondría en la picota pública a protagonistas y antagonistas que así no sean cercanos, o ni siquiera indispensables, coadyuvan en la obtención, mantenimiento y cuidado de lo que verdaderamente está en juego: el poder. Incontables escritos de gente muy seria y comprometida con la crítica constructiva en este país señalaron el fracaso de la Reforma a la Justicia como “una crisis sin precedentes en Colombia.” ¡Por supuesto, no es para menos! Nos trataron de engañar a todos, absolutamente a todos; además pelaron el cobre, se dejaron ver la mezquindad de lo que mascullan y la sin vergüenza con la que actúan. Es increíble ver como muestran sus desacuerdos, e invocan palabras de tratadistas cuyos nombres apenas saben pronunciar, en cosas de poca monta pero en lo “fundamental”, en lo que afecta su investidura y fuero se tapan el rabo alunísono con cariñitos en las nalgas y sacando del mismo tubo el ungüento para las hemorroides que, dicho sea de paso, son incurables. La paz en Colombia es una panacea ilusoria. Un sofisma de distracción que sigue poniendo votos por eso su bandera es recogida del suelo y lavada cuantas veces sea necesario, como mecanismo para soslayar las verdaderas dolencias y evitar los dolorosos tratamientos y curas que necesita nuestro país. Dan risa los columnistas que dicen que con los diálogos de paz Juan Manuel Santos de manera valerosa se está jugando su imagen, sobre todo porque dicha expresión es doblemente falsa: primero porque no se está jugando nada; jugarse su imagen sería exigirle una Justicia igual a quienes la fundamentan y la aplican, por lo pronto, así hagan parte de su caudal reelectoral; y, segundo porque parte de la percepción errónea, pero cada vez más arraigada, de que si la imagen del Presidente permanece inalterable -en el caso de los presentes diálogos, por ejemplo- es que las cosas van bien, de que la paz está cerca y como eso es lo que queremos oír los colombianos pues seguiremos votando por la continuidad de esa ilusión porque lo verdaderamente lamentable en este país es que: Paz mata Justicia. Conviene terminar este artículo con la frase preferida de María Isabel Rueda y que la excusa de cualquier exabrupto o negativismo: “Ojalá me equivoque” y Juan Manuel Santos resulte -digo yo- ser el redentor que necesita Colombia y, como Andrés Pastrana, suene también para el premio Nobel de la Paz que, vaya coincidencia, se decide y se entrega en Oslo.

PAZ MATA JUSTICIA

Por: Fabio Lozano Uribe En Colombia hay paz y hay guerra, lo que no hay es Justicia; y no la hay porque nuestros gobernantes siguen contando con los votos de la subversión para fortalecer su caudal político. Los diálogos son eso: la negociación del paquete de leyes que se debe expedir para que los alzados en armas tengan plena libertad de inclinar la balanza de la única justicia que conocemos: la electoral. No importa que traficantes de droga, asesinos y secuestradores queden amnistiados y su reinserción a la vida civil dependa de sumarse a los anillos de pobreza urbanos sin otra opción que dedicarse a la misma criminalidad. No importa que Timochenko recobre el estatus político de las Farc y sus esbirros sean elegidos alcaldes. Importa menos aun que siga habiendo colombianos dejados a su suerte desprovista de ley y de Estado, porque siempre habrá a quien echarle la culpa de la “guerra”. Siempre habrá con quien negociar una siguiente “paz” y, así, a quien echarle la culpa de la “guerra” venidera, la de despuesito y así sucesivamente en un ping pong sin maya, sin mesa y sin raquetas porque normatividad que garantice una misma Justicia para todos es lo que no hay. Podemos vivir en tiempos de paz y en tiempos de guerra, de acuerdo a los titulares de El Tiempo, lo que no podemos es vivir sin Justicia; y eso es lo que nos está asfixiando. El gobierno de Uribe es un buen ejemplo de tal patología. Poner uniformados en las carretas fue una manera de vendernos la ilusión del despeje de nuestras vías respiratorias, hasta que caímos en la cuenta de que eso se logró diseñando una justicia abundante para los paramilitares y otra precaria para la guerrilla. ¡Qué sorpresa! ¿Nos preguntamos de dónde viene el asma crónica que padecemos? Todos los colombianos quieren paz, pero no todos quieren Justicia y menos los que tienen la suya propia de acuerdo a apellidos, capacidad adquisitiva, capacidad criminal, patrimonio o nexos con el poder. Una es la justicia para los Rastrojos y otra para los Uniandinos; una para Inocencio Meléndez y otra para Emilio Tapia; una para Sabas Pretelt y otra para Yidis Medina; una para Nicolás Castro y otra para Jerónimo Uribe; una para el pederasta con las uñas sucias y otra para el violador con el cuello blanco. A la paz le damos aire y a la guerra le damos fuego, mientras la justicia recibe palmaditas en la espalda. Tengo una amiga que se llama Paz Guerra, prima hermana de Vida Guerra la modelo cubana. Pendenciera pero suave y relajada en los momentos del amor. Cuando la llaman por su nombre se abre de piernas con facilidad, como si no hubiera derrotero distinto a la necesidad de lograr un estado de prolongado paroxismo. Cuando saca a relucir el apellido se descompone, se vuelve obstinada en resolver los conflictos que la afligen y en señalar a los culpables de sus falencias o desvirtudes; o sea, en una tarde puede pasar de entregar el goce de sus dadivosos muslos a empuñar la espada del rencor y desatar las rencillas más inútiles. Sin embargo, es justa. Sus principios rigen su vida, no los sacrifica por ganar una pelea o por mantener un ardoroso romance. Están ahí, hacen parte de su estructura como ser humano. Nuestra amiga Colombia, en cambio, es injusta. Se comporta distinto según el marrano. Se acuesta con unos por una poca plata y a otros les pasa la cuenta como si engendrara en ella el Jardín de las Delicias. Deja que los más encumbrados le levanten la falda y se acomoden en sus bajos fondos, mientras se pone retrechera con los menos favorecidos o con menos recursos para negociar caricias o comodidades adicionales. Su proxeneta de turno conoce tales comportamientos y los alienta al extremo de tratar, de tú a tú, a sus más acérrimos enemigos y de congraciarse con quienes la han vejado y utilizado con desconsideración. ¡Cómo será! Que proxenetas anteriores le coquetean todavía, no se acostumbran a la nostalgia de haberla perdido, de no haberla podido usufructuar por más tiempo. Nuestra pobre amiga, entonces, acoge la paz y alimenta la guerra -es su modus vivendi, no sabe otra cosa- pero sin parámetros de Justicia porque quienes se la gozan están más prostituidos que ella y se acostumbraron al río revuelto de su pesca milagrosa. Con los nuevos diálogos de paz y sus buenos augurios por parte de los sapos y de los ingenuos, empieza también la campaña por la reelección del actual Presidente de la República. Un proceso de paz en curso, con buena prensa, es su boleto al próximo cuatrenio. Para prometer la paz sólo se necesita estar en guerra y eso, en Colombia, se puede hacer en cualquier momento porque velamos por que sigan ahí los culpables de siempre. Prometer Justicia, en cambio, es prometer un ajuste de cuentas interno que enfrentaría los poderes públicos, que socavaría la tranquilidad política mínima para garantizar la gobernabilidad y que pondría en la picota pública a protagonistas y antagonistas que así no sean cercanos, o ni siquiera indispensables, coadyuvan en la obtención, mantenimiento y cuidado de lo que verdaderamente está en juego: el poder. Incontables escritos de gente muy seria y comprometida con la crítica constructiva en este país señalaron el fracaso de la Reforma a la Justicia como “una crisis sin precedentes en Colombia.” ¡Por supuesto, no es para menos! Nos trataron de engañar a todos, absolutamente a todos; además pelaron el cobre, se dejaron ver la mezquindad de lo que mascullan y la sin vergüenza con la que actúan. Es increíble ver como muestran sus desacuerdos, e invocan palabras de tratadistas cuyos nombres apenas saben pronunciar, en cosas de poca monta pero en lo “fundamental”, en lo que afecta su investidura y fuero se tapan el rabo alunísono con cariñitos en las nalgas y sacando del mismo tubo el ungüento para las hemorroides que, dicho sea de paso, son incurables. La paz en Colombia es una panacea ilusoria. Un sofisma de distracción que sigue poniendo votos por eso su bandera es recogida del suelo y lavada cuantas veces sea necesario, como mecanismo para soslayar las verdaderas dolencias y evitar los dolorosos tratamientos y curas que necesita nuestro país. Dan risa los columnistas que dicen que con los diálogos de paz Juan Manuel Santos de manera valerosa se está jugando su imagen, sobre todo porque dicha expresión es doblemente falsa: primero porque no se está jugando nada; jugarse su imagen sería exigirle una Justicia igual a quienes la fundamentan y la aplican, por lo pronto, así hagan parte de su caudal reelectoral; y, segundo porque parte de la percepción errónea, pero cada vez más arraigada, de que si la imagen del Presidente permanece inalterable -en el caso de los presentes diálogos, por ejemplo- es que las cosas van bien, de que la paz está cerca y como eso es lo que queremos oír los colombianos pues seguiremos votando por la continuidad de esa ilusión porque lo verdaderamente lamentable en este país es que: Paz mata Justicia. Conviene terminar este artículo con la frase preferida de María Isabel Rueda y que la excusa de cualquier exabrupto o negativismo: “Ojalá me equivoque” y Juan Manuel Santos resulte -digo yo- ser el redentor que necesita Colombia y, como Andrés Pastrana, suene también para el premio Nobel de la Paz que, vaya coincidencia, se decide y se entrega en Oslo.

PAZ MATA JUSTICIA

  Quico,   como te prometí.   Graciela Kien bloguea Paz mata Justicia Por: Fabio Lozano Uribe En Colombia hay paz y hay guerra, lo que no hay es Justicia; y no la hay porque nuestros gobernantes siguen contando con los votos de la subversión para fortalecer su caudal político. Los diálogos son eso: la negociación del paquete de leyes que se debe expedir para que los alzados en armas tengan plena libertad de inclinar la balanza de la única justicia que conocemos: la electoral. No importa que traficantes de droga, asesinos y secuestradores queden amnistiados y su reinserción a la vida civil dependa de sumarse a los anillos de pobreza urbanos sin otra opción que dedicarse a la misma criminalidad. No importa que Timochenko recobre el estatus político de las Farc y sus esbirros sean elegidos alcaldes. Importa menos aun que siga habiendo colombianos dejados a su suerte desprovista de ley y de Estado, porque siempre habrá a quien echarle la culpa de la “guerra”. Siempre habrá con quien negociar una siguiente “paz” y, así, a quien echarle la culpa de la “guerra” venidera, la de despuesito y así sucesivamente en un ping pong sin maya, sin mesa y sin raquetas porque normatividad que garantice una misma Justicia para todos es lo que no hay. Podemos vivir en tiempos de paz y en tiempos de guerra, de acuerdo a los titulares de El Tiempo, lo que no podemos es vivir sin Justicia; y eso es lo que nos está asfixiando. El gobierno de Uribe es un buen ejemplo de tal patología. Poner uniformados en las carretas fue una manera de vendernos la ilusión del despeje de nuestras vías respiratorias, hasta que caímos en la cuenta de que eso se logró diseñando una justicia abundante para los paramilitares y otra precaria para la guerrilla. ¡Qué sorpresa! ¿Nos preguntamos de dónde viene el asma crónica que padecemos? Todos los colombianos quieren paz, pero no todos quieren Justicia y menos los que tienen la suya propia de acuerdo a apellidos, capacidad adquisitiva, capacidad criminal, patrimonio o nexos con el poder. Una es la justicia para los Rastrojos y otra para los Uniandinos; una para Inocencio Meléndez y otra para Emilio Tapia; una para Sabas Pretelt y otra para Yidis Medina; una para Nicolás Castro y otra para Jerónimo Uribe; una para el pederasta con las uñas sucias y otra para el violador con el cuello blanco. A la paz le damos aire y a la guerra le damos fuego, mientras la justicia recibe palmaditas en la espalda. Tengo una amiga que se llama Paz Guerra, prima hermana de Vida Guerra la modelo cubana. Pendenciera pero suave y relajada en los momentos del amor. Cuando la llaman por su nombre se abre de piernas con facilidad, como si no hubiera derrotero distinto a la necesidad de lograr un estado de prolongado paroxismo. Cuando saca a relucir el apellido se descompone, se vuelve obstinada en resolver los conflictos que la afligen y en señalar a los culpables de sus falencias o desvirtudes; o sea, en una tarde puede pasar de entregar el goce de sus dadivosos muslos a empuñar la espada del rencor y desatar las rencillas más inútiles. Sin embargo, es justa. Sus principios rigen su vida, no los sacrifica por ganar una pelea o por mantener un ardoroso romance. Están ahí, hacen parte de su estructura como ser humano. Nuestra amiga Colombia, en cambio, es injusta. Se comporta distinto según el marrano. Se acuesta con unos por una poca plata y a otros les pasa la cuenta como si engendrara en ella el Jardín de las Delicias. Deja que los más encumbrados le levanten la falda y se acomoden en sus bajos fondos, mientras se pone retrechera con los menos favorecidos o con menos recursos para negociar caricias o comodidades adicionales. Su proxeneta de turno conoce tales comportamientos y los alienta al extremo de tratar, de tú a tú, a sus más acérrimos enemigos y de congraciarse con quienes la han vejado y utilizado con desconsideración. ¡Cómo será! Que proxenetas anteriores le coquetean todavía, no se acostumbran a la nostalgia de haberla perdido, de no haberla podido usufructuar por más tiempo. Nuestra pobre amiga, entonces, acoge la paz y alimenta la guerra -es su modus vivendi, no sabe otra cosa- pero sin parámetros de Justicia porque quienes se la gozan están más prostituidos que ella y se acostumbraron al río revuelto de su pesca milagrosa. Con los nuevos diálogos de paz y sus buenos augurios por parte de los sapos y de los ingenuos, empieza también la campaña por la reelección del actual Presidente de la República. Un proceso de paz en curso, con buena prensa, es su boleto al próximo cuatrenio. Para prometer la paz sólo se necesita estar en guerra y eso, en Colombia, se puede hacer en cualquier momento porque velamos por que sigan ahí los culpables de siempre. Prometer Justicia, en cambio, es prometer un ajuste de cuentas interno que enfrentaría los poderes públicos, que socavaría la tranquilidad política mínima para garantizar la gobernabilidad y que pondría en la picota pública a protagonistas y antagonistas que así no sean cercanos, o ni siquiera indispensables, coadyuvan en la obtención, mantenimiento y cuidado de lo que verdaderamente está en juego: el poder. Incontables escritos de gente muy seria y comprometida con la crítica constructiva en este país señalaron el fracaso de la Reforma a la Justicia como “una crisis sin precedentes en Colombia.” ¡Por supuesto, no es para menos! Nos trataron de engañar a todos, absolutamente a todos; además pelaron el cobre, se dejaron ver la mezquindad de lo que mascullan y la sin vergüenza con la que actúan. Es increíble ver como muestran sus desacuerdos, e invocan palabras de tratadistas cuyos nombres apenas saben pronunciar, en cosas de poca monta pero en lo “fundamental”, en lo que afecta su investidura y fuero se tapan el rabo alunísono con cariñitos en las nalgas y sacando del mismo tubo el ungüento para las hemorroides que, dicho sea de paso, son incurables. La paz en Colombia es una panacea ilusoria. Un sofisma de distracción que sigue poniendo votos por eso su bandera es recogida del suelo y lavada cuantas veces sea necesario, como mecanismo para soslayar las verdaderas dolencias y evitar los dolorosos tratamientos y curas que necesita nuestro país. Dan risa los columnistas que dicen que con los diálogos de paz Juan Manuel Santos de manera valerosa se está jugando su imagen, sobre todo porque dicha expresión es doblemente falsa: primero porque no se está jugando nada; jugarse su imagen sería exigirle una Justicia igual a quienes la fundamentan y la aplican, por lo pronto, así hagan parte de su caudal reelectoral; y, segundo porque parte de la percepción errónea, pero cada vez más arraigada, de que si la imagen del Presidente permanece inalterable -en el caso de los presentes diálogos, por ejemplo- es que las cosas van bien, de que la paz está cerca y como eso es lo que queremos oír los colombianos pues seguiremos votando por la continuidad de esa ilusión porque lo verdaderamente lamentable en este país es que: Paz mata Justicia. Conviene terminar este artículo con la frase preferida de María Isabel Rueda y que la excusa de cualquier exabrupto o negativismo: “Ojalá me equivoque” y Juan Manuel Santos resulte -digo yo- ser el redentor que necesita Colombia y, como Andrés Pastrana, suene también para el premio Nobel de la Paz que, vaya coincidencia, se decide y se entrega en Oslo.

domingo, 2 de septiembre de 2012

LECCIÓN 30-8-2012 El libro del Apocalipsis es el último libro del Nuevo Testamento. Se cree (no es seguro), que lo escribió Juan, el evangelista, el discípulo amado. Pero el que lo escribió  toma este nombre para guiar a los discípulos hacia Jesús, porque el libro es totalmente cristrocéntrico, y siempre con el mensaje de la salvación. El genero apocalíptico es el libro de la esperanza cristiana y de la consolación.  La primera parte habla de las Siete Cartas a las  Siete Iglesias. Siete  significa perfección, plenitud, y en un término más filosófico, una totalidad. Es lo que es Cristo. Las siete Iglesias se encuentran en Asia Menor, y nos ubicamos en el Siglo Segundo después de Cristo. Pablo fundó estas Iglesias´cuando comenzaba la persecución contra los cristianos, y es aquí donde entra el mensaje de Jesús, en  los capítulos dos y tres del Ap.    El contexto nos ubica en la revelación que Dios confió a Jesucristo, revelado por intermedio de Juan en el Ap. Por eso él les dice que son dichosos los que escuchan la palabra de Jesús, porque el momento definitivo esta cerca. Yo soy el alfa y el omega, escribe Juan, aludiendo al libro del Éxodo, donde habla Dios diciendo "Yo soy". La simbología utiliza formas del lenguaje para referirse al pueblo y a Dios. Contiene un mensaje de paz y de salvación. La esperanza cristiana fundada en la palabra de Jesús.  La Biblia tiene unos géneros  literarios, formas de hablar. Se intenta a través del genero apocalíptico llevar una mensaje. Esto se  llama hermenéutica: arte de interpretar textos y especialmente los textos sagrados.  Allí vamos a encontrar a Cristo Jesús que es el testigo fiel de Dios, quien nos lleva a comprender el mensaje de las Siete Iglesias, que se encuentran bajo el imperio de la Bestia, como el Ap. se refiere al Imperio Romano, para consolar a las Siete Iglesias. La Bestia tenía esclavizado al pueblo judío. Juan tiene un visión de Dios que se llama teofanía, que es la aparición o revelación de Dios en el AT. Siempre se representa a través de visiones o  signos, de lo que el Señor quiere revelar. Esa es una visión o un signo antropológicos que caracterizan al ser humano.  El AP. 1, 9–20, encontramos varios símbolos: Siete Candelabros de Oro que representan a las Iglesias, y en medio de ellas hay un hijo de hombre que representa a Jesús. Tomar en cuenta que el número siete representa la plenitud, la totalidad. Es decir, toda la Iglesia. Y viene una serie de significados para representar antropológicamente todo lo que representa lo cristológico, que es el fundamento de las Iglesias.  Y dentro de ello está el amor. Dios crea por amor, y esto se ve a lo largo de todos los símbolos que utiliza lo que Juan escribe. Lo que mueve a Dios es el amor puro, y nos ama a través de su hijo. En Ap 1, 17 podemos ver toda la simbiología para describir lo eclesial para llegar a Dios, a la gloria de Dios Padre. Es decir a la salvación. En Efeso, (Ap. 2,1–7), habla Jesús de lo positivo y de lo negativo, y al final hace una advertencia y una promesa al vencedor, a quién le da´de comer del árbol de la vida que está en el Paraíso de Dios. Los títulos que identifican a Jesús son varios, uno de ellos es el que tiene en la derecha los siete candeleros de oro. Leer y analizar cada palabra, para poder entender la simbología. Amén.