Discernimiento Espiritual
(Tema basado en el Taller del Padre Jorge Julio Mejía,(S.J.), Enero de 2001)
Discernir es distinguir una cosa de otra, señalando la diferencia que hay entre ambas. La cosa puede ser interna o externa. Si es externa, es fácil porque se ve. Si es una mosca, por ejemplo, frente a una pulga, logicamente notamos que son diferentes en todo sentido, sin mayor esfuerzo mental. En lo externo, naturalmente ayudan los sentidos del cuerpo.
En lo interno los sentimientos son otra cosa distinta. El sentimiento que nos trae una situación de relación entre seres humanos, o entre estos y su creencia interna en un Espíritu Creador, nos presenta la necesidad de estudiar la forma de discernir al respecto. Hay un punto importante para tener en cuenta en la relación humana: Discernir es distinguir, para poder formar un concepto claro al respecto del asunto, y en las relaciones humanas, lo primero que tenemos que distinguir es que “el alma humana es lo originario”, como lo expresa Miguel de Unamuno.
Significa que todo ser humano es distinto de otro. En el discernimiento espiritual, está claro, que no podemos pensar que un ser humano es igual a otro, en el sentido que tenga la misma huella digital, el mismo iris en el ojo, la misma manera de pensar, la misma experiencia, el mismo conocimiento, en fin, cada ser humano es una unidad única e irrepetible. Eso es lo que quiere decir Unamuno.
Veamos ahora con estas bases que el ser humano en su discernimiento espiritual pasa por tres etapas: la física, la emocional y la mental. La física es el cuerpo (los sentidos). La emocional son los sentimientos. La mental son los pensamientos. Y todo funciona como una unidad.
Hablando en lo cotidiano, pensemos que en este instante todos somos uno, individualmente, y que cada quién tiene un solo cuerpo y una sola alma. Nuestra conciencia está allí como en un rectángulo, dentro del cual me muevo para discernir. Allí está todo lo que sé, todo lo que tengo bajo control. Cuando pequeños en nuestro hogar nos señalaron unos límites, que ayudaron a formar los límites iniciales del rectángulo.
El propósito para discernir mejor, es poder salir de ese rectángulo, para tratar de ganar la totalidad del conocimiento humano y divino, y lo podemos hacer a través del Za-zen, (meditación Zen sentado), que nos permite dominar nuestro ego, y salirnos de la cotidianidad, y de las limitaciones de nuestra mente personal. La idea de eliminar a nuestro ego, obedece a eso.
Es decir, no se necesita saber nada más que saber que tenemos la conciencia dentro de ese rectángulo, donde está el sagrado derecho de vivir, por el que hemos recibido unas virtudes naturales que nos permiten acercanos al Espíritu Creador, hablar con Él y preguntarle cómo estamos discerniendo nuestros problemas. Obedece este derecho a que por el libre albedrío podemos voluntariamente acercarnos al que nos dio la vida, para discernir sobre los sentimientos negativos y los sentimientos positivos que embargan la vida cotidiana, cada día. Y claro, ordenarlos en la dirección correcta. Pero también podemos decirle a Dios, que somos ateos, gracias a Él, por el libre albedrio que nos dio.
Siempre tengamos presente que nuestra animalidad (recordar que somos animales racionales), nos lleva a estar metidos en el mundo. Y nos apegamos a ello como si fuera lo único que nos moviera, olvidando que nuestro ser está conectado con la divinidad, y ella no está en este mundo. El discernimiento nos lleva a construir con Dios la única verdad: el amor divino. Para lo cual hay aue hacer con Dios el camino, entrar con Él al cosmos, abrir la puerta del rectángulo, para meter la mente donde todo es infinito. Somos una sola cosa con Dios. Estamos en nuestro interior, aquel sitio a donde llegamos a través de la meditación ZEN, que está definida como un proceso para hacer bien la meditación.
Es simple: Tener un sitio habitual para meditar. Estarnos quietos. Cerrar los ojos. Respirar profundamente para llevar óxigeno a la mente. Y dirigir la mente al encuentro con Dios. Hablarle, y también esperar a que Él nos hable. Es un proceso tan simple, que las personas lo encuentran difícil. Pero no lo es cuando se vuelve habitual. Amén.
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