miércoles, 4 de enero de 2012

CUENTOS CORTOS # 29


¡DEJE ASÍ!

La mano izquierda de Pelusa, de 15 años, impuso una actitud particular llevaba por frases típicas que tienen que ver con el trágico destino humano, a mediados del siglo XX, nada menos que en el Liceo de la lengua.
Aún recuerdo el día que el Negro Mosquera le puso a Pelusa un cero bien grande por no haber  podido explicar qué era lo que signifi­caba el término protesta en la filosofía existencial. Y él lo sabía, sino que no hallaba cómo expresarse oralmente. Tenía el escrito que decía que el término protesta es la forma como la filosofía existencial manifiesta su inconformidad, por el aniquilamiento del individuo por la masa.  Todo había surgido basado en la idea de con­versar con la mano izquierda, situación que se volvió costumbre, hasta llegar en poco tiempo a pasar por bobo, particularmente cuando lo hacía en clase. Las primeras coletillas que  usaba fueron dos palabras:  "O sea, usted me entiende". Fueron las que usó aquella vez del cero: "El término protesta,  existencial, o sea,  usted me entiende, profe."
El Negro Mosquera lo llamó al final del curso, y le dijo que fuera donde un profesor de oratoria. ¿Para soltar la lengua?, le preguntó. ¡Bueno! Ustedes aquí en el curso lo que tienen suelta es la lengua. Es para disciplinarla, junto con la mente. Y  Pelusa arrugando el ceño, le respondió: ¡No entiendo profe! Yo uso las coletillas por convicción. Y esta que dije para el cero, es la menos importante. Hay otra expresión que es muy saludable y que mi mano izquierda me la dice: “Deje así”. Esta expresión, profe, le garantiza al contradictor la propiedad de quedarse paralizado, sin decir nada. Pero hay otras que van dirigidas a vencer reconociendo la postración en que estamos, como por ejemplo: “¡Estoy en la olla!”. Fíjese doctor Mosquera, esa es la mía, dijo Pelusa. ¡No! Respondió Mosquera:  ¿No se fijó en sus compañeros? Estaban muertos de la risa. ¡Qué va, profe! Mire, Pelusa, el grupo sentía compasión, decían: “¡Pobrecito Pelusa!” y otros “¡Pobrecito pajarito!, y lo decían con una admiración increíble. ¡No puede ser profe!
Mire, Pelusa hay algo en su actuación que les parece memorable. Es la facilidad de irse por las ramas, para salirse del tema, y quedar bien.
Concluyó Mosquera diciendo: El poder histriónico lo logró usted conversando con la mano izquierda. El poder de idiotizarse, sin poner atención a los demás, para decir todo con una gracia que hacía reir. Ellos me contaron que Paracleto, su compañero de asiento, hizo la representación, donde me reveló todo lo que usted piensa de mi. Que soy un negro hijuemadre, demasiado estricto, creído, con el ego hinchado, una supuesta inteligencia para recitar lo aprendido de memoria, pero una mente insignificante a la hora de la verdad. ¡Ay! Profe, qué pena. ¡Cómo fui capaz de decir eso!, gritó desesperado Pelusa. Pero pasó, Pelusa. Paracleto es espectacular cuando hace las representaciones de todos los profesores en clase, hasta el director lo llama para que se las haga a él, y de allí, él toma decisiones graves, después de reirse a las carcajadas. En mi caso me previno que si no mejoraba, me iba de una. Claro, el rector se atortoló cuando supo que yo me iba, y paró el tono duro, para reconciliarse conmigo.
Sí, él me dijo que usted es el que se va Pelusa. ¿Cómo así? Cierto, le cancelaron la matrícula. ¡Ay, profe cómo me dice usted eso! Pues sí, no hay de otra… Paracleto hizo entonces la representación suya conversando con su mano izquierda, sobre el tamaño de la nariz del director del colegio. Pero profe, yo no tengo la culpa que sea horrorosa. ¡No podemos hacer nada! ¡Es el colmo, profe! ¡Huy, Pelusa, usted se me ha metido en los ojos! 
Y ambos se fueron caminando cabizbajos. Mosquera con los ojos llorosos. Se miraron  como diciendo aquí no hay nada más que hablar. Bastaba la comprensión de los rostros, para saber que todo había terminado. ¿Profe?, dijo: ¿No hay vuelta de hoja? Y el Negro Mosquera le respondió con “Deje así”, o sea, “usted me entiende”. “¡Estoy en la olla!”, le respondó Pelusa: Y el Negro Mosquera dijo sí con la cabeza.
Más tarde cuando Pelusa iba solo por la calle, alzó la mano y le dijo: ¡Hola! Mano Izquierda, ¿y usted qué opina? Que usted es un bobo, no supo poner las cosas en su sitio. ¡Huy! Mano Izquierda, si usted fue la culpable de todo. Usted se hizo amiga de Paracleto, para montar las puestas en escena… No será que su merced tiene don para ser actor… Bueno, “deje así”, pues. Y comencé a brincar no sé por qué. “¡Pobre pajarito!”, me dijo la mano izquierda, era el término que usaba ella para darle a Pelusa conmiseración. “Estamos en la olla”. La mano izquierda entró en llanto, y me tocó decirle: ¡Deje así!

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