viernes, 5 de agosto de 2011

LECCIÓN DE CRISTO 4_8_2011


LA VIDA DEL  ESPÍRITU
Romanos 8, 1-17. Ya no pesa condenación alguna sobre los que viven en Cristo Jesús. Porque la Ley del Espíritu vivificador me ha liberado por medio de Cristo Jesús, de la ley del pecado y de la muerte.
Pues lo que era imposible para la ley, a causa de la debilidad humana, lo realizó Dios enviando a su propio hijo, con una naturaleza semejante a la del pecado. Aún más, lo hizo víctima por el pecado, y condenó el pecado a través de una naturaleza mortal, para que así los que vivimos, no según nuestro desordenados apetitos, sino según el Espíritu, cumplamos los preceptos de la Ley en plenitud.
Porque los que viven según sus apetitos, a ellos subordinan sus criterios. Pero los que viven según el espíritu, tienen criterios propios del Espíritu.
Ahora bien, guiarse por los criterios de los propios apetitos lleva a la muerte. Guiarse por los del Espíritu, conduce a la vida y a la paz.
Es que los criterios que nacen de nuestros desordenados apetitos, están enfrentados a Dios, puesto que ni se someten a su Ley, ni pueden someterse.
Así pues los que viven entregados a sus apetitos, no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no viven atados a tales apetitos, sino que  viven según el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, es que no pertenece a Cristo.
Ahora bien, si Cristo está entre ustedes, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado, el Espíritu lo revive por la fuerza salvadora de Dios.
Si el Espíritu de Dios, que resucitó a Jesús dentro de los muertos, habita en ustedes, el mismo Espíritu que resucitó a Jesús dentro de los muertos, hará revivir sus cuerpos mortales por medio de ese que habita en ustedes.
Por tanto hermanos, estamos en deuda, pero debido a los apetitos por vivir según ellos, porque si vivimos según esos apetitos, ciertamente moriremos. En cambio, si mediante el Espíritu damos muerte a las obras del cuerpo, viviremos. Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios.
Pues bien, ustedes no han recibido un Espíritu que los esclavice, para  caer de nuevo en el temor, sino que han recibido un Espíritu que los hace hijos adoptivos, y nos hace exclamar  “¡Abba!, Padre”. El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar  testimonio de que somos hijos de Dios.
Y si somos hijos de Él, también somos sus herederos y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con Él, glorificados.  

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