ANA MARÍA
(En memoria de Emperatriz, abuela de Ana María, y madre de Julián el soldado que murió secuestrado por las FARC, luego de 7 años en la selva.) (Ojalá los colombianos y la FARC lo lean pensado que nada justifica la violencia.) La casita quedaba al final del ruido, escondida de la gente y los vehículos. Julián la había ayudado a armar cuando estaba recién nacida Ana María. Las tejas de asbesto cemento, le parecieron a ella una especie de brujos que quitaban la luz del cielo, cuando ella en su cuarto, desde el cajoncito que le habían acondicionado para que no se moviera tanto, y no molestara a toda hora con su cirilí interminable, lo miraba trabajar bajo el sol. Emperatriz, la abuela, la entendía. Nunca le dijo no a nada. Los límites los señalaba con una mirada asustadora, que terminaba en risa, cuando Ana María lloraba. Entonces, todo se arreglaba con un abrazo de paz y “vénganos en tu reino”, esta última, una frase que Emperatriz tomaba del Padre Nuestro, y que acompañaba subiendo los ojos al techo, para luego persignarse. Ana María, nunca preguntó por su madre, porque nunca la vió. Todo su corazón estaba en Julián su padre, que se cuadraba frente a ella, ponía su derecha en la visera del quepis, y terminaba con esta frase: “A sus órdenes mi comandante”. Ana María siempre sintió por él la admiración que siente toda mujer por el uniforme militar. Es la fuerza, es la hombría que la arroyaba desde chiquitica. Los mimos de ella a él, siempre fueron ese dardo que desinfla lo inmarcesible, y Julián termina en cuatro patas, con ella encima, andando por la casita como un asno, tan alegre y dicharachero, que terminaba lleno al final de arrumacos y chichonera. Julián pedía perdón y Ana María reclamaba: ¡Es que eres muy brusco! Emperatriz, la abuela complaciente opinaba que Ana María había vuelto papilla a un general de la República... Julián, ceñido a la disciplina protesta: “Soy soldado raso, madre”.
Días después Emperatriz se sorprende, porque Ana María le pregunta: “Abuela, ¿por qué papi no ha vuelto?” Su merced, le respondía, porque él trabaja para que tú vivas, ¿me entiendes? Pero Ana María no entendía nada. Esta misma pregunta fue hecha a lo largo de siete largos años. La pobre abuela no sabía que rollo inventarle para que no llorara, hasta que al fin llegó una foto de Julián durante el secuestro.
Fue una inmensa emoción para ella. No la beses mucho porque tus babas pueden acabar con Julián, le dijo la abuela Emperatriz, y para superar el problema, colocó la foto en el espejo de cuerpo entero que tenía el viejo armario de la bisabuela, heredado como un arcano por Emperatriz, donde guardaba la ropita de ambas, y los caramelos que se ganaba Ana María al portarse bien y hacía las tareas. Cuando entró a la escuela del barrio, ella le preguntó a Emperatriz: ¿Por qué tan alto abuela? Para que no lo sigas baboseando. Y ella lo aceptó así. Necesitaba de Julián más que cualquiera otra cosa. Y comenzaron unos diálogos interminables con el Julián del espejo. Todos los problemas que tuvo en el colegio con las amigas, todo lo que sucedía a su alrededor era tema que Anita tocaba “in extenso”, mientras Emperatriz, detrás de la puerta acompañaba con esas lágrimas desgarradoras que sólo salen de lo profundo de un corazón de oro.
Cuando llegó la noticia de la muerte de Julián fue uno de esos días que no se borran, porque suceden cosas totalmente fuera de lo común. Que un personaje en la zona de distensión se entere de eso, y luego salga por la prensa, es totalmente inesperado. Y que luego lleguen los hijos de Emperatriz a las diez y media de la noche a contarle, pues es inexplicable, fuera de toda rutina.
En la casita todos lloran a Julián, menos Ana María que a esa hora duerme en su camita, arropada con todos sus muñecos. Emperatriz la mira como si estuvieran sus ojos metidos en una piscina. Madre no llores así que vas a despertar a la niña. Emperatriz no supo como lo hizo, y tal vez Ana María lo supo, porque nunca había visto llorar a la abuela de una manera tan desgarradora. Tu papi está allá arriba, le dijo una noche de Luna llena. Pero ella estaba furiosa con él al principio. ¡Como te vas y nos dejas! Y luego de un tiempo de hablar con la foto del espejo, le pidió por lo menos una explicación, y la abuela le dijo que volviera a hablar con su papá, que el secuestro no es su culpa. “Hazlo como lo has hecho durante tantos años”. Es más, en una noche de Luna, salió al balconcito de su cuarto, se acostó con sus muñecos mirando al cielo, y le dijo: Papi, nunca te vamos a dejar de quererte, aunque te hayas ido sin despedirte. Mis muñecos y yo vamos a trabajar duro, para que el secuestro se acabe y haya una manera que permita sentir a todos en el barrio la libertad, lo que yo y mis muñecos sentimos por ti. En esas pasó la luz en ráfaga de un meteoro y Ana María sintió que era la respuesta de Julián: ¡Está bien! ¡Dejémoslo así! Pensando que era la respuesta de él. “Todas las noches de Luna voy a salir aquí a ver que me dices, pero no seas tan tacaño. ¡Con una luz en el cielo que pasa en segundos no me vas a pedir perdón!”
¡Ana María!, la llamó Emperatriz. La abuela sabía en las que andaba. ¿No te parece que es mejor que Julián esté allá y no en la selva? Y mira, en Colombia, hoy los héroes son los que ponen la dignidad por encima de la vida… Ana María entró del balcón, saltó al regazo de ella y se durmió profundamente feliz… Ella soñaba que su padre era un cuerpo celeste, que algún día vendría por ella. Jamás se imaginó la soledad, porque siempre lo tuvo en el corazón. Se despertó a los pocos días con ese cuento. Y cantaba: Sí, ¡Papá es un héroe! ¡Y está en el cielo!
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