CUENTOS CORTOS # 34
EL HOMBRE ES CULPABLE DE SU RUINA
La conciencia del hombre vive en la Luna, a espaldas de todo.
Siente, pero sólo cuando le pisan un callo. De resto no. Como individuo es sólo
individuo y no más allá. Vive en su ego, limitado por los dólares, los
electrodomésticos, el celular, el computador, la televisión y ahora el
Blackberry.
Se nos olvidó que existe la madre naturaleza.
No sólo no la amamos, sino que nos parece normal destruirla. Talvez cuando se
acabe el agua y la comida pensemos en ella. La madre naturaleza nos debe unir
para vivir. El problema es que no formamos comunidad con nadie, ni consigo
mismo siquiera.
Cuando pasa un pajarito, una flor, un paisaje,
por nuestros ojos, no sentimos nada. Sólo vemos cuando pasa una mujer con unos
senos y un trasero protuberantes. De resto no vemos nada más. Si alguien nos
contara que a causa de esto el hombre, (no Dios), ha producido 40 enfermedades
del sexo, nos reímos, como si fuera un chiste absurdo, pesado y de mal gusto.
Porque nadie tiene la culpa. Somos así, sin remedio.
Fumamos como unos descostillados tres a cuatro
paquetes diarios. El enfisema es normal, porque nos parece que la vida es un
cigarrillo pasajero que termina en ceniza. Y en eso tenemos razón. Alegamos que
esto es cierto, y no pensamos en el daño que hace la nicotina en la sangre que
irriga el cerebro. Veamos este décima de Eduardo Ortega, un personaje de la
Gruta Simbólica, que resume al dedillo estos problemas inarreglables:
“Pienso
cuando estoy fumando
Que todos
vamos al trote,
Que la vida
es un chicote
Que se nos
está acabando.
Si en el
momento nefando
Dios me
llega a preguntar:
”¿Quiere
usted resucitar?,
le diré
echándole el humo:
“Mil
gracias, Señor, no fumo
porque
acabo de botar.”
La Gruta Simbólica fue un círculo o tertulia
literaria que surgió en Bogotá a comienzos del siglo XX, y resume a la
maravilla el comportamiento de entonces, y el actual, ¡claro! ¿Por qué será? Es
la creencia que el trago, el cigarrillo, la droga y las mujeres, están tan arraigados
en la vida, que son los únicos placeres que nos satisfacen. ¡No hay más!
¡Imagínense! Quedan atrás los verdaderos placeres de la vida, que son un bodrio
aburridor y jarto, actualmente para la mayoría. Los placeres que nos forman
como personas: la lectura, la meditación, las artes mayores, las artes menores,
el cine forum, el teatro y en fin, lo que pone en funcionamiento nuestras
neuronas, y desarrolla los dones personales que recibimos al nacer, para crecer
en el tiempo.
Ya se descubrió, y se superó la filosofía de
los griegos, con la creencia de dividir al hombre en dos partes: cuerpo y alma.
Ya se sabe que somos una unidad: somos una persona única, irrepetible, incopiable,
inimitable. Recibimos de “allá arriba”, en forma gratuita y abundante el arte
de ser como personas, siempre y cuando estemos dirigidos a los demás. Todo lo
que recibimos es para darlo a los demás con nuestro trabajo. En eso radica todo
el cuento. No hay nada más. Y por ello estamos imitando a Jesús, como lo
describe Vicente Casas Castañeda, en este verso copiado de la Gruta Simbólica:
“EN EL CALVARIO
Pendiente
de la cruz, exangüe y frío,
Jesús por
ves postrera
Así a la
turba dijo: Pueblo mío,
¿Qué pude
hacer por ti que no lo hiciera?
Yo te saqué
de los desiertos y montes
Donde
abandonado y mísero gemías,
Te dí los
estrellados horizontes,
Fértiles
valles y apacibles días.
Tuviste
sed, y de la roca dura
Brotó el
agua que alivia los dolores.
Hambre
tuviste, fértil y madura
Te dí la
espiga y embellecí las flores.
El agua que
en las ánforas estaba
Quedó a tus
ruegos convertida en vino.
Yo era el
pastor que sin cesar buscaba
La oveja
descarriada en el camino.”
Jesús lo dijo pensando en que tenemos que hacer
eso mismo nosotros. ¿Qué esto nos queda grande? Pues sí. Pero si queremos
salvar el mundo, toca. Hasta que seamos una sola persona, una sola mente, un
solo corazón, aunque todos seamos diferentes. No volveremos a tener ideologías
basadas en la violencia, en el egoísmo, en el individualismo. Claro que no
podemos igualar a Jesús, pero es a través de Él que lo hacemos, si entendemos
que somos sus instrumentos, para devolverle a Papá Lindo lo que Él hizo. Jesús
obra en nosotros. Es de Él la gracia.
¡Hola Chucho!
¡Ven! Tú sabes por qué lo hago,
Es que tienes la virtud de meterte,
Sin halagos, como si fueras un dardo,
En la vida privada de uno.
Y eso es sorpresa grata
Cuando todo cambia, mientras pasa
La repentina sorpresa,
Que deja tu huella, sin queja,
En esa alma ingenua e incompetente,
Que tenemos en la molleja.
Y cuando todo cambia contigo,
Y al fin somos felices y sabios,
Comprendemos que la molleja, nunca ha sabido
amar,
Ahora en este mundo,
Que se desangra y se despelleja.
Con el calentamiento global,
Sin dejar títere vivo
Y sobre todo sin cabeza.
Cabeza de tonto
Con dólares y cerveza,
Droga, alcohol y viejas,
y siempre, diciéndole a Dios:
¡Gracias Señor no fumo! Porque acabo de botar.
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