La Amazonía
La violencia suele dejar por largo tiempo el trauma dejado por el odio que nos legó la conquista española por tres siglos, y que aún perdura por dos siglos más en nuestro medio. Si queremos tener una experiencia auténtica sobre esto, nos basta leer a Wade Davis, en dos de sus textos: La Amazonía Perdida y El Río, donde a cabalidad nos demuestra nuestra total ignorancia con respecto no sólo a lo que tenemos, sino a la manera española como miramos a nuestros indígenas, su cultura, su lengua, su religión, que tienen varios milenios de habitar en nuestra tierra, con una riqueza cultural que Davis, un biólogo, admira por su riqueza y lamenta el desaprovechamiento que la sociedad colombiana hace de espaldas a lo que sería la redención económica y cultural de nuestro pueblo.
Uno no se explica por qué pensamos en un TLC que acabaría con nuestra incipiente industria, y dejamos de lado un bien único, que no tiene competencia alguna, dada su posición sobre la línea ecuatorial, en donde Davis encontró una flora que podría llegar al mundo con una variedad increíble de especies, para enriquecer la existencia humana. Donde lo poco que se conoce es “la mata que mata”, para los ignorantes, porque para los aborígenes, es utilizada con muchas otras especies, en su vida cotidiana, especialmente contra las enfermedades, lejos, muy lejos de la adicción que causa en Occidente, especialmente en los países desarrollados.
Nada más errado. A Wade Davis su vivencia con los aborígenes le dejó un conocimiento increíble. Naturalmente, él fue a la Amazonía como toca hacerlo: a aprender de ella, y no como turista, sino como un habitante que se relacionó con los que conocían el medio. Y no fue de paseo o de weekend, sino por largos años de estudio. Fue amigo personal de todos sus habitantes y convivió con ellos a los largo de todas las peripecias que tiene la vida. El diario vivir fue su mejor medio de conocimiento, y también el pasar por las tristezas, los problemas y también las felicidades que trae consigo la vida cuando se vive tal cual, sin pensar en que uno es extranjero o que pertenece a la sociedad civilizada, hoy entre comillas, por el calentamiento global.
Se podría pensar que la Amazonía debería ser, además, un territorio universal, sin dueños, dedicado a cuidar la existencia humana sobre la tierra. Estamos llegando a un número de habitantes que puede en poco tiempo superar la capacidad del planeta Tierra para alimentarlos. Pero especialmente no se ve que exista en los medios científicos y gubernamentales del mundo, una preocupación por su desarrollo.
Hace unos atrás, llegó un comunidad religiosa protestante a la Amazonía colombiana, pero con un fin que no le permitió profundizar en la naturaleza, siendo esta, curiosamente, la mejor expresión de Dios, como espíritu creador. Recuerdo que se llamó “Loma Linda”, el sitio donde se establecieron, y el objetivo fue catequizar a los aborígenes, además de llenar la selva de plástico y destrucción ambiental.
El resultado fue naturalmente negativo. De “Loma linda” no quedó nada afortunadamente, pues lo peor que hubiera sucedido, es pensar que la selva se debe civilizar, que es en resumen, acabar con ella. Y esto no lo puede hacer el mundo, a no ser que entre en un grado de estupidez, que no le permita ver el daño que le ha hecho a la tierra el efecto invernadero, causado por el mal manejo de los desperdicios y la contaminación del aire.
Alguien decía, ya para terminar, que debíamos dejar en los edificios nuestra creencias en concreto armado, para regresar a la naturaleza, a vivir con los árboles, las flores, el agua pura, las nubes del cielo, y la fauna, incluyendo a las fieras, para entender que este pájaro llamado Tierra, que nos da gratis anualmente una vuelta alrededor del Sol, es nuestro, en la medida que lo amemos de verdad, como debe ser, cuidando su frágil existencia y estudiando profundamente su corazón natural.
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