viernes, 13 de julio de 2012


CUENTOS CORTOS 37

Yesca: el inventor de Chía
hace millones de años

Íbamos andando por la llanura, solos, sin nada a la vista, teníamos hambre y buscábamos agua, y un animal para comer. Habíamos andado sin rumbo fijo siguiendo la rivera del río. Pero no sabíamos donde estábamos. Como siempre seguíamos al Sol. Ya sabíamos que se iba, pero volvía pasado un tiempo. Era difícil comunicarnos porque apenas estábamos aprendiendo a hablar. Por la boca nos salían sonidos raros, gritos y murmullos, pero era difícil entendernos. Había algo que si nos unía:  cuando alguien cazaba un animal, y lo compartía. Si no lo hacía teníamos el precedente de peleas que terminaban mal. Ese día cazamos un animal y lo comimos en paz. Fue difícil prepararlo, pero lo logramos, porque uno de nosotros había descubierto el fuego frotando dos piedras.
Terminamos llenos. Luego seguimos en busca de un sitio para dormir. Donde el viento no molestara. ¿Una cueva? Era lo mejor, pero los cerros no tenían sino lomas pequeñas de suaves inclinaciones.  No sabíamos que hacer,  hasta que uno de nosotros hizo una carpa de cuero, coleccionado de todas las veces que habíamos cocinado con yesca... porque se le quitaba el cuero al animal y se guardaba. El yesquero, como lo llamábamos, fue el que inventó el aparato y la llama que quema. Cuando salió la llama nos admiramos todos. Por eso él era considerado un ser brillante. Lo descubrió trabajando la piedra, cuando hacíamos hogueras para cocinar. Pero el término yesca no se de donde nos vino. Alguien con una seña, puso el dedo en la boca, y reprodujo el sonido que salió de la boca de Yesca… Fue el primero de nosotros que tuvo nombre propio. Siempre que había que cocinar todos lo llamábamos: ¡Yesca! Y el venía y cumplía su misión. Ninguno tenía la habilidad de hacerlo. Fue mucho más tarde que aprendimos. Hacerlo era de vida o muerte.
Una noche, llena de puntos blancos, a Yesca se le ocurrió hacer una representación que ninguno de nosotros entendió, sino hasta después de muchos días cuando apareció con los puntos blancos la Luna, a quién Yesca llamó Chía. Otros compañeros habían llevado la cuenta de los Soles que habían salido cada vez que volvía la Luna. Fue un caso patético porque nos dimos cuenta que Yesca había inventado los números para poder llevar esa cuenta.
Y esa noche nos reunió para contarnos que había descubierto el poder de la Luna, con relación a la vida. La Luna o Chía, nos trae cosas cada tanto. Las matas y las frutas que nos gustan tienen que ver con eso. Y luego se arrodilló e inclinando el dorso comenzó a cantar, lo que luego llamó, la Canción de Dios, el creador de todo.
A Yesca comenzamos todos a quererlo, por todas las cosas que nos había traído. Una de ellas, la canción que entonó esa noche, se convirtió en un himno que repetíamos cada tanto que salía Chía.
Nos había dado a conocer la llama, con la yesca. La palabra Yesca para llamarlo, la Luna a quién llamó Chía, la música que compuso para el himno, y finalmente la necesidad de que al orar todos reunidos por Chía, aprendiéramos a adorarla como diosa. Y a partir de ahí, acordamos construir un código que nos diera las normas para vivir juntos, sin guerras, desarrollando nuestra vida en miles de cosas que surgían al amparo de Chía. Ella nos daba todo. ¡Qué cosa!
Al pasar muchos Soles, algunos nos volvimos viejos y otros murieron. Ya Yesca, una noche de punticos blancos, no dijo que teníamos que regresar a la tierra, a la madre tierra, la que nos da todo. Ella está en tratos con la Luna, para los cultivos. No sabemos cómo, pero entre la Tierra y Chía se ponen de acuerdo para alimentarnos, sobre todo cuando no comemos carne de los animales.
Decía Yesca, que habíamos crecido en cuerpo y alma. Los muertos, que volvieron a la tierra, nos daban la medida para ver crecer las matas que comíamos, convencidos que nuestros ascendientes nos estaban alimentando.
Algunos no quisieron volver a mirar la Luna y se fueron. Otros, permanecimos y Yesca descubrió que había que sembrar en una de las etapas de Luna, para tener un crecimiento pronto de las matas, para calmar el hambre.
Cuando murió Yesca, todo el pueblo se reunió para regresarlo a la tierra. Su recuerdo no lo volvimos a olvidar nunca. Uno de nosotros comenzó a construir símbolos para recordarlo, para hablar de él, cuando entonábamos la canción que nos hizo para las noches con Luna. Un símbolo para la yesca o llama, otro para la música, otro más para la Luna, cuando había que sembrar, y finalmente, otro para reconocerlo como creador de nuestro grupo.
Nos llamamos los yesqueros, y fue un poco tiempo después que perecimos todos, cuando la Tierra se puso furiosa, porque muchos de nosotros no creíamos en Chía, ni hacíamos el homenaje que creó Yesca para darle nuestro amor cada vez que salía al finalizar la tarde, la luz blanca. La Tierra se secó. No hubo matas, ni animales. El viento sopló con fuerza, llevándose todo lo que había.
No se volvió a escuchar ruido. En el despoblado se oyó finalmente el canto de las golondrinas. Pasaron con algarabía y se fueron al no ver nada…

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