domingo, 10 de junio de 2012




LECCIÓN DE CRISTO 7_6_2012

Marcos capítulo 14, 15 y 16
La pasión y la resurrección de Jesús.

Estamos primero frente a la muerte de Jesús, y antes tenemos que ver la entrega de Jesús, y la responsabilidad de reconocer que nosotros lo condenamos. La realidad humana que está en los judíos y está en Judas por su traición, nos hace ver el fracaso del discipulado, que es también el nuestro. Pero hay un detalle en Betania, (14, 3-9), donde una mujer hace la unción de Jesús, en su preparación para su muerte, que lo unge con un perfume, y que produce la reacción de algunos indignados por el desperdicio, según ellos, del costoso perfume.
¿Qué dice Jesús ante esto? “Dejadla. ¿Por qué la molestáis?... Se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura”. Esta mujer, que en Marcos no tiene nombre siquiera, representa un nuevo modelo de discipulado. Es un discipulado que no se muestra, sino que se manifiesta con su don de fe. En vez de buscar admiración, obra en conciencia.
Y Jesús concluye diciendo: “Yo os aseguro: dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero se hablará también de lo que esta mujer ha hecho para memoria suya.” Hay entonces una crisis vocacional en los discípulos, que no entendieron la obra de esta mujer.
Es más, cuando en la Última Cena se concreta la traición de Judas, se confirma el fracaso del discipulado. Ellos ni siquiera saben que Judas lo va a hacer, aunque por la forma como Jesús lo dice, cualquiera hubiera podido preverlo antes. Y se agrega a ello la negación de Pedro más tarde cuando ocurre el juicio a Jesús. Y se confirma luego de la Crucifixión, cuando desaparecen los discípulos de la escena totalmente. Es un centurión romano solo frente a la Cruz que dice: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”, (Marcos 16,39).
En Getsemaní, cuando Jesús está en su oración con Dios, los Discípulos se duermen. Él les ha pedido que velen, pero ellos no están en la tónica de Jesús. El testimonio de la vida cristiana no está presente, ni en tiempos de la pasión de Jesús, ni ahora. El testimonio de la mujer de Betania, es de los pocos ejemplos de fe que encontramos, y la consecuencia es que nuestra vida vive en crisis.
Jesús representa entonces al pobre, abandonado de todos. La mujer de Betania lo unge, cuando se sabe que lo van a matar, y no obstante confía en Él. Discípulo que se respete no pierde la fe, aunque sepa que lo van a matar. El Mesías que imaginan los judíos está muy lejos de lo que es Jesús. Está a años luz del Mesías esperado por ellos.
Los judíos esperan recibir  todo de ese Mesías, pero la propuesta de Jesús es que uno se entrega, se sacrifica por los demás, entrega su vida por ellos. Y no espera recibir nada a cambio… Jesús, por ejemplo, recibió flagelación, corona de espinas, crucifixión y muerte, además de insultos, bofetadas, etc.
La religión judía cree en el sacrificio del cordero. Los sacerdotes judíos están para eso, para hacer los sacrificios. Jesús les cambia este oficio; Él no es el cordero que esperan los judíos. En la Última Cena, no se celebra la muerte del cordero, sino que se instituye el símbolo del cordero, transformado en el pan y el vino. ¿Qué significa esto? Que Jesús va a vivir en el corazón de los seres humanos, va a estar en el interior de ellos bajo las especies del pan y del vino. El cordero sufre entonces una transformación muy lejana al sacrificio físico de un cordero externo, material, por un cordero espiritual que habita el corazón humano. (No se trata de ternera a la llanera, pues).
Por eso Él dice este es mi cuerpo y mi sangre, es el cuerpo y la sangre del cordero. Y la Eucaristía viene siendo eso, el encuentro con Jesús, en la forma que Él estableció para vivir el discipulado verdadero. No soy yo el que vive, es el cordero el que vive en mi, haciendo lo que repetimos en cada cuenta del rosario: Jesús, yo te amo, y hágase en mí tu palabra.

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