SIEMPRE LA VIOLENCIA Y LA ADICCIÓN
Acaban de unirse las FARC y el ELN. Y el resto de los colombianos nos preguntamos: ¿Hasta cuándo? Completamos de 1964 al 2010, 46 años de una guerra que sólo le trae al pueblo destrucción y muerte. Es doloroso ver morir los guerrilleros terroristas, los narcos, los paras, y los soldados y policías. Es casi imposible medir el daño que ocasiona una guerra sin sentido. ¡Ojala tuviera sentido! Y que nos trajera a todos, sin excepciones y distingos, no tanto el progreso material, como el progreso espiritual que necesitamos para aprender a tenernos compasión, fundada en el amor puro por el otro, y un arraigo profundo por nuestra tierra.
Un arraigo como el que tuvo Policarpa Salavarrieta, Antonio Nariño, Santander, y tantos otros, fincados en la naturaleza que heredamos, y que no hemos mirado con el cuidado y amor que debemos tener por lo nuestro. Cómo seríamos de ricos si supiéramos lo que tenemos, empezando por nosotros mismos. La unión que hemos logrado de etnias y culturas. El progreso que hemos conseguido y lo que nos espera si dejamos la violencia para unirnos, no sólo para nosotros, sino para América Latina.
Nuestras costumbres políticas han logrado un desarrollo que puede ser el modelo institucional para llegar a un Estado, con el funcionamiento de sus tres poderes democráticos, respetándose unos y otros. Porque somos, a pesar de nuestros problemas, un buen ejemplo para nuestros hermanos vecinos, más cerca al manejo dictatorial que produce burradas de un tamaño enorme: una fue el bloqueo comercial en perjuicio de los habitantes hermanos de nuestras fronteras. Otro, considerar una violación a la soberanía, el ataque a un campo terrorista ubicado fuera de Colombia. Uno y otro caso, miradas las cosas a nivel de una inteligencia racional, sin los perendengues del poder de figuras, que llegan allí a ejercerlo personalmente, cuando su manejo debe ser institucional, sin personalismo, representando el sentir de los pueblos, y no de las personas en particular.
Lo obvio en un caso, no hacer un bloqueo que perjudica a los habitantes hermanos que viven en unas fronteras, a veces de llanos inmensos y a veces de selvas feraces, imposibles de vigilar. Y en el otro caso, el agradecimiento de las autoridades, tanto ejecutivas como judiciales, de librar su territorio de un campo de terroristas, de los más grandes de América, lo que representa un peligro enorme para el país anfitrión.
Pero ahí no termina la ignorancia de los países hermanos que rodean a Colombia, (y a México), que tienen la misma mirada de los países ricos: el consumo de la droga es legal, y la producción ilegal. ¿Será posible que no veamos la verdad de semejante paradoja? ¿Se nos olvidó lo que pasó con el alcohol a comienzo del siglo XX? Esta indiferencia frente a la verdad, ha convertido al terrorismo en narcotraficante. Ambos agentes ilegales, actúan ahora de consuno, y todos en el mundo actúan como sepulcros blanqueados, o bien, como personajes irresponsables e indiferentes. Nadie se ha preguntado por qué los adictos se destruyen a sí mismos, y de paso a los países productores. La adicción genera tal grado de riqueza, que los bancos serían los primeros que saltarían, cuando se habla de legalizar. ¡Qué horror! ¡Eso nunca! ¿Dándoselas de puritanos?
Seamos claros, el problema de las drogas está regido, no por la ética, sino por los dólares que produce. Seamos claros, porque da grima ver la falta de un criterio ético y racional, al respecto de un tema tan grave para el mundo. Ahora lo vimos, en septiembre del 2010, cuando la señora Clinton comparó a México con Colombia. Claro, que los hermanos somos diferentes, obvio, pero el problema del narcotráfico, al que se refería la señora Clinton, es igual, y produce los mismos adictos, y los mismos carteles de la droga, y deja los mismos muertos y la misma corrupción administrativa. Hasta el Presidente Obama estuvo lejos de la verdad. No se trataba de comparar dos pueblos, sino un problema común, a nivel mundial. Los seres humanos no han sabido domeñar las adicciones. Simplemente porque se plantean los placeres de la vida como adicción, y dentro de la libertad, o como ocurre en Colombia en la Constitución del 91, dentro del libre desarrollo de la personalidad, que está por encima de semejante tragedia que generan las adicciones. Cuando la verdadera felicidad de hombre es vivir la vida plena, sin la esclavitud de la adicción, y sin los horrores de los vicios que lo llevan a su propia degeneración, y a la muerte de las neuronas de su cerebro. ¿Será que no está claro?
Sí, está claro. Pero no hay nadie que se le mida a hacer una revolución que le quite el alcohol, la droga, la prostitución, y las adicciones en general, a un ser dado a desperdiciar su vida pasajera en placeres materiales, que lo hacen infeliz a él, y a los demás. ¡Hablemos claro! ¡No más indiferencia
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