EL EGOÍSTA
No es fácil hablar del egoísta. Habría que romper el cielo donde vive, y traerlo de mala gana a la tierra. Seguramente echando vainas, y diciendo malas palabras, ya que según él, el puede llamar a todo el mundo nombrándole la madre primero, y luego apodándolo hijo de la gran casualidad.
Eso le pasaba a Hitler cuando en “Mi Lucha” se refiere a los judíos. Y a Tirofijo cuando pensaba, en vida, sobre el Estado colombiano. Le pasa a los palestinos y a los judíos. En fin, Cualquiera con dos dedos de frente comprende donde está el problema. En el ego del ser humano que es donde se aloja el odio, y nunca sale de ahí, ni dándole con qué.
Ahora que hemos leído el libro de Ana Carrigan, “El Palacio de Justicia”, nos damos cuenta que el ego queda empantanado, hundido en el lodo, después de 25 años de egolatría. Todo el mundo tiene la razón, cuando se hace por la democracia, según lo comenta uno sus protagonistas ególatras. Y sucede que el ego ha enterrado gente y algunos desaparecidos, sin una explicación que la razón entienda.
Claro, cuando hablo de esa razón buena, exacta, me refiero a los seres humanos que adolecen de tener ego. Lo tienen guardado en una caja fuerte, y aún así viven temerosos que se vuele para el mundo, o se vaya para donde las prepago. Es una desgracia. Cualquier descuido es funesto.
En el budismo tibetano, la iluminación llega con la eliminación del ego. Y en el cristiano, con la humildad. Siendo la humildad un general de diez soles, cojonudo y estricto como él solo, que generalmente vive en los conventos, o en los llamados pendejos, por la masa bravía. Y no me refiero al ego que crece como la semilla de la mostaza. ¡No!, de la que habla Cristo, sino de aquella que crece con los electrodomésticos, el celular, la TV, y cuanta porquería material llega a través de los medios de la invasión masiva de comunicación carente de espíritu, y llena de dólares.
Pero si vamos a hablar en serio del ego, comencemos por decir que el egoísmo moral, o egoísmo ético, es una doctrina ético filosófica que afirma que las personas deben tener la normativa ética de obrar para su propio interés, si son gringos, y por el interés de los demás, si son proletarios.
Sin embargo es la única forma moral de obrar, la que permite realizar acciones que ayuden a otros, pero con la finalidad que el ayudar nos dé un beneficio propio, si somos gringos, y satisfacción espiritual, si somos hermanitas de la caridad.
Hablando en serio, es bueno que las personas pensemos en nuestro ego, no para ensalzarlo, como Hitler, sino como el del pobre Pomponio, en la Bogotá del siglo pasado, quién llevaba las invitaciones de la clase alta cuando se casaba, porque no había correo postal, y que era un mendigo que sólo se ponía bravo cuando le nombraban la madre, ya que el ego hay que ponerlo en su sitio, pues la vida es sagrada.
El egoísta moral se basa en la afirmación de sí mismo; que lo convierte en su propio soberano al volverlo consciente de su realidad moral y personal. La realidad es la de su propia existencia y su vivir en una realidad determinada. “El Palacio de Justicia” de Ana Carrigan, nos sirve de ejemplo, al cumplir el suceso 25 años, el 6 de noviembre de 1985, cuando ocurrió la toma de esta rama del poder público, por el M-19, que fue cuando entonces, uno de sus protagonistas, afirmó que su recuperación, (que fue un desastre mortal), se hizo por la democracia.
Cabe señalar finalmente, que en esa democracia, el hombre libre, tiene derechos, y claro, obligaciones; y una de estas, la más sagrada, es el respeto por la vida, donde no siempre, la legítima defensa, es válida.
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