martes, 12 de julio de 2011

CUENTOS CORTOS # 9



El amor puro


Hoy, se me vino a la cabeza cómo es el amor puro y eso me trajo a pensar en Delfín Castañeda, un viejo campesino que ya debe estar bajo tierra y que en la primera violencia, en Colombia, (mitad del siglo XX), le pregunté: Qué sentía por mí, siendo liberal y él conservador. Se sonrió. No dijo nada. Creo que levantó los hombros y siguió con la carreterilla llena de tierra, para sembrar alcachofas. Unos metros más adelante paró y se devolvió y me dijo: “En Sopó, somos godos… en las elecciones pasadas votamos por Laureano Gómez, todos, sin excepción. ¿Pero sabe qué? Nos reunimos en el pueblo porque El Diablo, que es el único liberal, iba a votar por Jorge Eliécer Gaitán, el cachiporro de la mamola. Pero resulta que nos reunimos con él en la tienda y le compramos una canasta de cerveza… ¿Y su merced sabe por quién votó? Pues por Laureano.
Reímos un buen rato los dos. Ninguno se explicaba la importancia del voto. Él pensaba en las alcachofas, y yo en estas gentes de Sopó, sumergidas en una naturaleza tranquilla. A veces tan tranquilla que daba pereza tener pereza. Tomaba mi bicicleta sin rumbo, y me sentaba en las riberas del río Teusacá, que nace detrás de Monserrate, a pensar. Y pensaba qué tal que todos tuviéramos amor puro, presente siempre, con la sencillez que tienen los campesinos, como Delfín Castañeda. Luego de un tiempo él me decía, que El Diablo, el único liberal, tenía un respeto y una solidaridad por sus coterráneos que estaba por encima de sus intereses liberales. Me lo dijo, cuando traté de criticar su actitud. ¡Somos un solo pueblo! No vale la pena discutir por personas que sólo conocemos por el radio, (refiriéndose a Laureano y a Jorge Eliecer). Creo, me dijo, que El Diablo pensó en los demás, y concluyó que somos en Colombia una sola persona.
¿Una sola? ¡Qué va! Dije para mis adentros, haciendo un recorrido actual sobre la diversidad de tipos, desde el guerrillero y el paramilitar, hasta el narco. Ahora somos varias personas, cada cual son su tema propio, y una especie de coctelera de ideas. Si fuéramos, como dice Delfín, una sola persona, tendríamos amor puro. Porque la gente del pueblito, que era entonces Sopó, sentía la vida como lo máximo. Un ser con vida era suficiente para hacernos sonreír, tener con quién hablar, con quién decir, vivo y ya. Y pensar en los demás es muy importante, como lo sentí en ese tiempo, porque el amor puro es así.
Ya no cuenta entonces lo que nos enseñó El Diablo, el único liberal de Sopó. Somos una sola persona en esa tierra bendita, que sólo se personifica cuando se encuentra con otra, para decir: ¡Adiós!, agregando el nombre propio, porque todos nos conocíamos, y todos somos uno. El amor puro de Dios, tal como lo siente Delfín Castañeda, está por encima de nuestra mente. Ningún científico, por inteligente que sea, podrá cambiar con la mente la verdad de la vida, fundada en ese amor puro. Por una razón sencillísima: solamente la fe nos puede descubrir la divinidad en nuestro interior. Solamente la fe, nos acompañará al momento de morir, cuando estemos frente al que nos hizo, y por la fe podamos trascender a la otra vida. Que se sepa, los científicos han profundizado en lo material, en el cosmos, es decir, en lo que se ve. En lo que podemos investigar en la mesa del laboratorio. Pero en lo que no se ve, les gana a los científicos un humilde campesino, sin estudios, que utiliza la fe para integrarse con la naturaleza del campo, y la naturaleza le da una sabiduría que no tienen los urbanos, estos que tenemos corazón de concreto y que vivimos en edificios, con electrodomésticos, Internet, televisión y JPS. Delfín es quién sabe cuándo va a llover sin consultar con el HIMAT, cuando sembrar, cuando va a crecer el río, cuando tiene que cambiar de cultivo, en fin, sin haber estudiado, y a través de la fe, la conexión con la naturaleza, lo llena de amor puro, donde está la divinidad, para el encuentro final con Dios. Tiene la llamada fe del carbonero, que le dice a Dios: lo amo y ya. Y esto, parece bobería decirlo, porque Dios está en la naturaleza, fue su creador, y es lo que se mete por los ojos de Delfín. Por eso ayer estuve mirando el atardecer. Miré los árboles. Las flores que crecían en el jardín vecino. Me encontré con dos copetones jugando, y al pasar la calle vi una hormiga que transportaba una hoja, detrás de sus compañeras. Por la noche salió la Luna. Me sentí viajando por el cosmos en un inmenso pájaro que “llaman tierra”. Y me senté con el propósito de hacer ZEN... cerré los ojos... respiré profundo... y me encontré con Dios... Y vale recordarlo, porque Dios es esa naturaleza que me hizo vivirlo, comprendí que es el creador, y que Él crea a través de mí, y de todos los hombres que utilizan la fe para conversar con Él y ser su instrumento. Y me entristecí cuando vi a mi vecino mirando por la ventana de su edificio, a ver si no le habían robado el carro, estacionado en la calle. Ya me había contado además, que se le había fundido la TV y el Internet, y que no tenía nada que hacer. Mi vecino es concreto puro. Es urbano a morir. ¡Pobrecito! No ve si no lo que se va a acabar, lo finito, lo corruptible. Y yo rezo por él, a ver si logro que trascienda, unido a las cosas infinitas, que sólo se ven con los anteojos de la fe. Un día después, murió, y yo acompañé a la familia con sus cenizas a un río de la Sabana, yendo para la población de Guasca, cerca de Sopó. Las echamos en las aguas puras del río Siecha y las vimos irse, como nos iremos todos, de regreso a la tierra. ¡Qué cosa! ¡Todo parece fácil! Es la violencia lo que hace difícil esta vida pasajera, que casi nadie sabe vivirla, llevando una simple carretilla para sembrar alcachofas, con una sola manera de ser, y un solo saludo: ¡Adiós, patrón! Que desbarató ese odio de clases que formaron las ideas socialistas… y que siguen haciendo del campo un lugar inhóspito, que se vuelve vida sólo cuando descubrimos la naturaleza, con un corazón puro. El mismo que tiene Delfín.

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