INVENTANDO A DIOS
Juanito, frente a los otros chinos, resultó el más inquieto. La vieja si se lo dijo a Rosa: tienen que tener cuidado con ese muchachito; no se extrañen de que esté inventando a Dios; de pronto puede, decía Rosa. Y Rosa reía y movía la cabeza y lo miraba con aquellos ojos de madre que todos conocemos. En la escuela se rieron con el cuento de Juanito, y hasta el cura, que tenía la manía de la sátira, lo puso de ejemplo para hablar de la nueva juventud que no sólo es descreída, sino prepotente. Era lo que nos faltaba, que Juanito invente a Dios. La risa fué general, y entre los amigos de su edad, se comentó que eso solo lo podían hacer los gringos o los rusos.
Juanito quedó pensativo por un largo tiempo. Estaba bien picado por dentro con sus escasos 5 años. Miraba a su alrededor con amargura, más que con odio. Parecía estar meditando lo que iba a decir, y en no pocas ocasiones lo encontraron hablando solo, practicando. Fué en otro almuerzo, en el patio, cuando les dijo, en su lengua escasa y resumida que muy pronto lo iba hacer. Lo decía alzando los hombros y moviendo la cabecita. Lo que quería decirles era que no había podido inventar a Dios todavía. Será cosa de un buen tiempo. Pensaba que en la cumbrera del tejado de esta casa, un día, no lejano, iba a parecer una luz rosada. Deben estar pendientes, les significa levantando las manitas y echándolas para adelante, pues será el instante en que lograría inventar a Dios. Luego levantaba los hombros varias veces, para significar que era facilísimo.
Nuevamente hubo euforia en la casa y en la escuela. El cura con su posición "in vetera" del invento judío del Viejo y el Nuevo Testamento, le parecía que Juanito podía acabar con la Biblia, pero no con Jesús. Y los amigos de Juanito, pensaban que ello sería el invento de los gringos o los rusos expresada con una explosión nuclear y no con la bobería de la luz rosada de Juanito.
La verdad es que la cosa no sólo era motivo de risa, sino que a la larga fué tomada como "las bromas de Juanito". Y pasaron los meses y Juanito volvió a hablar, cuando estaban otra vez reunidos en el patio: les dijo que la luz no aparecerá hasta que ustedes dos no se casen y nos bauticen a todos. Fué algo que Francisco y Rosa tomaron como una orden.
Por este motivo llegaron a la sacristía de aquella Iglesia, para arreglar el matrimonio y los bautizos. Era un lugar oscuro e inhóspito, como una conciencia negra. Después de la gran puerta de arco, en madera, con sus celosías en vidrios de colores, escuché el vozarrón del padre Llano: cuénteme de Juanito. La verdad padre, dijo Francisco, sigue con el cuento de la luz rosada, usted sabe... Mire, padre, nos ha pedido que Rosa y yo nos casemos, y que además los bautice usted a todos.
El padre Llano puso cara de contento. Con aquellas cejas negras y espesas, y esos ojos oscuros penetrantes miró hacia el altar, hacia el gran cristo que aparecía suspendido encima del ara de piedra lisa; se sonrió con Nuestro Señor, como diciendo, mira las cosas que puede hacer Juanito.
Es un caso muy curioso este. Es la primera vez que me pasa. Pero no es nada sorprendente. Los niños tienen una fuerza nueva especial. ¡Divino Niño Jesús! ¡Oh! Niño amable que hoy buscan los Reyes Magos, por qué no me ha sido dado, como a esos piadosos Reyes, ver con mis propios ojos al Eterno hecho niño.
El padre Llano recitaba de memoria pasajes de las oraciones de Bossuet y de Luis de Granada. A Francisco le pareció que el padre Llano quería saltar como lo hacen los niños: un salto largo con un pie y un brinco corto rastrillando la suela en el piso, con el otro. En un dos por tres llegaron a la sacristía, y en la casa cural donde tenía su despacho público, anotó todo para que Juanito pudiera ver la luz rosada, lo más pronto posible. Mándame a ese niño mañana a misa y que después me busque al terminarla, le dijo a Francisco, antes de que este se despidiera sorprendido con la actitud del cura que en todo el tiempo se mostró, como si fuera un niño chiquito.
Sí, Juanito ha logrado una cantidad de cosas, le Francisco a Rosa, después de que había conseguido subvertir el orden cotidiano de la familia, siempre arrumada en un cuarto de cinco por cuatro y un patio, donde estaba el baño (un pozo séptico), y la estufa de gas. Desde luego, lo único que no pudo lograr fué que Francisco cambiara de empleo; quería que en vez de lavar carros en la bomba de don Carlos, lavara almas con el padre Llano.
Y otra cosa que no ha logrado Juanito, es sacarnos de esta pobreza, afirmó Rosa, con destemplanza. Francisco la reconvino: ¿No es posible que veas todo lo que ha hecho Juanito? Pero ella no entendía, porque era la única de la familia que no aceptaba su estado de pobreza. En realidad hasta la abuela había ido poco a poco conformándose a su destino, enamorada de sus nietos, viviendo sus problemas y sus adelantos. Todos, más unos que otros, habían adquirido la paciencia para esperar la quincena y encontrar un gusto fuera de lo cotidiano. Era como salir del gris, dejar por un rato la negra noche, olvidar esa fuerza externa que los reducía a la triste condición de indigentes por un instante.
¿Papá? ¿Qué quieres Juanito? Me he desvelado hoy para esperarte. Ya tengo estudiado cómo crear a Dios. Mira, lo he pensado esta noche. En sueños estuve con Él y lo tengo escrito en este papel. ¡A ver déjame verlo! Respondió Francisco. En el papel aparecía un mono sin ojos, sin boca, sin orejas, si pelo. ¿Y? Dijo Francisco sin entender. Juanito le hizo ver que el padre Llano le había dicho cuando se lo mostró, muerto de risa, que había que creer… y luego, concluyó: ¡Eso es todo! ¡Creer! ¿Y lo de la luz rosada? ¡Uf! Fácil, fue la que me despertó para venir a mostrarte el papel.
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