MARÍA SANTÍSIMA
Me contaba Manuela que sus relaciones con María no eran solamente de rosario. Muchas veces salían a pasear juntas a los Cerros Orientales de la Sabana de Bogotá, y se entretenían como buenas “viejas”, en hablar como unas tarabitas de todo como en botica. A María le costó mucho trabajo que Manuela entendiera en que consistía vivir con el Espíritu Santo, no por raticos, sino siempre. Y si eso era verdad, era siempre y en todo momento.
“Es que tú te entregas al Espíritu Santo y ya”. No hay tu tía. Finalmente ella entendió la lección. Se basaba en que es necesario estar en el interior, o mejor aún, saber llegar al interior, cada vez que fuera necesario, pues la cotidianidad y sobre todo el subconsciente de la mente, lo llevan a uno a confundir las cosas, a tratarlas como si fueran únicas sin alternativa. Y la verdad es que educar la mente para que pare el mal genio, se serene y regrese con María y Jesús, no es fácil, sino hay una preparación anterior.
El consciente tiene que entrenarse para la revisión permanente de la mecánica de la vida, porque de lo contrario, el subconsciente la embarra, sin falta. Al subconsciente hay que tenerle mucha prevención, porque es el que nos trae los malos sentimientos, por ejemplo, las cachetadas al prójimo con sevicia y alevosía.
El entrenamiento de Manuela fue realmente extraordinario, algo que las mujeres en general no pueden: cerrar los ojos y estarse quieta al iniciar labores, para crear cada día, la intención de dominar al monstruo aquel, del que dicen que es el 95% de la mente, mientras el consciente el 5%. Esa desventaja, le decía María, sólo se puede superar si hay la intención. El lío consiste en que esa intención, tiene que renovarse cada mañana antes de empezar el día. ¿Tanto así?, le preguntó a María, y ella respondió con ese cara de belleza que tiene, y que le basta para decirlo todo sin palabras.
Manuela comenzó el entrenamiento diario en un safú que le regalaron en la Era Azul, por un buen precio. Se aprendió la posición de loto, y la forma de caer en el safú cruzando las piernas, para que el trasero no caiga de una. Son diez minutos le advirtió María. ¿Tan poquito? Hija, si lo haces bien, cerrando los ojos, respirando 10 veces, y luego pasar del ser externo que se ve, y que es el cuerpo, al ser interno que no se ve, pero se siente, hasta llegar finalmente más allá de la mente, cuando hayas apagado el ego, y dejado al subconsciente guardado en el cuarto de San Alejo, te parecerá que son 10 horas.
Después de tres meses de jalarle durísimo al asunto, Manuela le confesó a María que al fin pudo… Si, tienes razón, le dijo, 10 minutos bien concentrada, son 10 horas, el tiempo se detiene. Bueno, Manuelita, eso yo lo puedes hacer, para que sea suficiente para llegar a Jesús, y que Él tome el mando para hacer que tus intenciones se realicen. ¡Así de fácil!
María Santísima, tienes toda la razón. No puedo sino agradecerte que estés siempre a mi lado. Sí, niña, eso fue con Papá Lindo que un día, bajó del cielo, me puso una cadena con candado y botó la llave al infinito… ¡Un momento! ¿Qué me quieres decir? Que aunque quisiera irme de tu lado, no puedo, ¡y ya!
Manuela comenzó a reír a las carcajadas. Lamentaba que María fuera solo espíritu y no pudiera darle un abrazo de agradecimiento. Pero sí, le rezó un rosario hasta el cansancio…
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