LA IRA DE DIOS QUE VIENE SOBRE TODOS
Romanos capítulo 2, versículos 1-29. En resumen Pablo habla a los sin ley, a los circuncisos con ley, a los incircuncisos, a los judíos, a los griegos, a los gentiles o paganos. Y el tema siempre va dirigido a la parte interior del ser humano, donde Cristo obra con su palabra, con amor y misericordia.
El dilema de Pablo es que la comunidad no interioriza su predicación. Y se ilustra con ejemplos muy claros; por ejemplo con este: la persona se confiesa, sale de la iglesia, pasa la calle y sigue en lo mismo. En otro ejemplo se presenta a la persona que no va a misa, ni se confiesa, ni hace las cosas bien, con el argumento de que como tiene fe, eso le basta. Otro ejemplo dice: hagan lo que ellos les dicen de Jesús, de su palabra, de su pasión, pero no hagan lo que ellos hacen.
En otras cartas, Pablo los llama insensatos, porque lo oyen, le dicen que sí, pero se olvidan que han oído la palabra, y vuelven a lo mismo. Pablo siente que ha perdido el tiempo, y tiene razón de reaccionar furioso.
Lo que salva es el evangelio, nos salva del juicio. A todos sin excepción, es el que vive la experiencia de la vida cristiana que está contenida en el evangelio, el que se libra del juicio, es decir de la ira de Dios.
Dios no creó ningún castigo, los culpables del castigo es el mismo ser humano el responsable. Cuando juzga se está condenando. Hay que comprender que el ser humano no puede juzgar, porque no tiene la facultad de hacerlo. Pablo dice: tú condenas a una persona, y resulta que el que se está condenando es tú mismo, y la persona que tu condenas se salva.
Por eso Jesús dice: No juzguéis y no seréis juzgados. Pero Dios es imparcial, porque si nos juzgara tal como somos, nos condenaría. Pero Él no nos juzga porque Jesús nos salvó en la cruz. La cruz no sólo es perdón y misericordia, sino que Jesús asumió nuestra debilidad, nuestra maldad, y nos liberó de ella. El Padre no toma entonces nuestra debilidad, nuestro pecado, sino nuestra fe. Cuando decimos me olvido de sí, y me entrego a Jesús, tal como lo hizo Pablo, estoy salvado.
Toda la lucha de Pablo está enfocada a que entendamos eso. Si llegamos al interior y ponemos ahí el evangelio, tenemos el modelo para vivir de acuerdo como Dios nos quiere. Pablo presenta la situación que vive su comunidad en estos términos, refiriéndose a los judíos que cumplen la ley escrita:
(Romanos 2, 21): “Pues bien, tú que instruyes a los otros,¡ a ti mismo no te instruyes! Predicas: ¡No robar! ¡Y robas!”. Y continúa con una serie interminables de pecados. La ley escrita sólo sirve para juzgar al otro, pero no para agradar a Dios, y evitar el juicio. El juicio, por eso es consecuencia de la falta de fe, porque la fe reside en el interior del hombre, y no en la ley escrita externa. La elección y la alianza que propone Jesús, Pablo las sintetiza en el verdadero judío. Este verdadero judío lo es en el interior, y la verdadera circuncisión es la del corazón, según el espíritu y no según la letra. Y concluye: ese verdadero judío es quién recibe de Dios la gloria y no de los hombres.
Cuando el ser humano llega al mundo tiene dos leyes que lo rigen. La ley natural, que lo ubica en un pájaro llamado tierra, que va volando alrededor del sol. Y una ley espiritual que encontramos en el amor puro de Jesús y la misericordia de Dios. En cuanto a la ley natural la vida es pasajera. Yo no puedo llamar a Dios asesino porque mató a mis padres, por ejemplo. No, la ley natural se cumple. Tiene un principio y un final para todos. Se ha cumplido con el invierno que sufrimos, y la vamos a sufrir también cuando un meteoro nos destruya. No es odio de Dios, es el cumplimiento de la ley natural. ¡Y ya! La ley espiritual nace mirando la cruz: ahí está la misericordia infinita de Dios. Nos salva. Nos redime. Nos hace hijos suyos, aunque no lo merezcamos. Aunque tengamos pecados como arenas en un desierto, nos perdona en el momento de arrepentirnos. No nos recuerda nuestros pecados. Nos hace hijos suyos, de su alma, y hace fiesta, como Jesús lo describe en la parábola del Hijo Pródigo.
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