martes, 11 de octubre de 2011

CUENTOS CORTOS # 19


EL VIEJITO
En un pueblito de Cundinamarca, cercano a Bogotá, hay una finca, en menos de una fanegada, con un rancho en el centro de ella, rodeado de árboles y jardines, cultivados a lo largo de muchos años. En ese ranchito había un viejito. Lo visitaban entonces, el hijo de la alcaldesa y el cura del pueblo. Iban los dos entrando al rancho por un sendero bordeado de acacias, sobre el cascajo amarillo cubierto a trechos de musgo. El rancho tenía un jardín bellísimo de margaritas, novios rojos, cactus de flores bermejas, retamas y yedras.
Al final de la entrada, estaba la casa pajiza, blanqueada, con su corredor al frente de columnas de troncos burdos, pintados de verde. Ventanas, puertas y guardaescobas del mismo color. Techos combados de bahareque. Adentro alfombras y tapetes, porcelanas, cristales, lámparas, candelabros, cuadros, mueblería pesada y liviana, una colección de fotos de antepasados en marcos con incrustaciones de plata y concha, dos espejos florentinos, un quinqué y un piano. Iban los dos y se sentaron a un lado del viejito y conversaron.
Cuando yo vivía en la Candelaria, en Bogotá antiguo, a principios del siglo XX, empezó a decir el viejito, era conocido por Pomponio, un ser curioso que respondía con groserías, si uno le gritaba: “¿Quiere queso? Pero además, como no había correo postal urbano, era el que llevaba las invitaciones de los matrimonios y las reuniones sociales, a las casas, (no había edificios),  porque él conocía donde vivía cada quién. Y se contaba que acababa con las relaciones sociales, cuando rompía una invitación para dañar amistades. Éramos dos clases sociales, ricos no tan ricos y pobres no tan pobres, y todos nos conocíamos. También éramos amigos de la Loca Margarita, un personaje muy especial, amistosa si uno era de su mismo partido. Gritaba cada tanto: “¡Viva el gran partido Liberal, abajo los godos!” El Bobo tranvías era desesperante, no hacía más que correr detrás de las Nemesias y las Lorencitas, hoy extinguidas. Eran los tranvías de entonces, cuando habíamos dejado atrás, el tranvía de mulas con aquel grito: ¡Que paren las  mulas! Y la respuesta inmediata: “No sea bruto. ¡Las mulas no paren que siga el tranvía!”. (La mula es un híbrido). La carrera Séptima del centro de la ciudad, era un club social abierto. Había que salir bien pinchado porque, como digo, todos nos conocíamos. Al Bobo Borda, mi amigo íntimo, que no tenía nada de bobo, le pasó que salió por la Septima de corrosca y zamarros, porque iba para la finca, y lo paró uno de ego subido y le dijo: “¿Desde cuándo este Bobo de corrosca y zamarros? Y el Bobo Borda, le respondió: “Desde que usted está de bastón y cubilete”. Lo dejó túmbilo, y la noticia corrió por toda la Séptima con el dicho: “Ahí está pintado el Bobo Borda”. Claro, el del ego creído acababa de heredar una fortuna. Y existía la Gruta Simbólica como lo máximo, porque como no había nada qué hacer en la ciudad dormida, a donde no llegaba nadie, (2640 metros sobre el nivel del mar, sin transporte automotor y sin aviones), y tuvo como consecuencia que se juntaron allí los poetas, para hacer poemas… Solo me sé uno, pero me da pena decirlo… Luego de un momento, el cura y el hijo de la alaldesa, le suplicaron que lo dijera… No importa que sea verde, le dijeron. Y empezó: “Cagar cuando la mierda amontonada, al culo pide por piedad salida, es carajo la dicha más cumplida, en esta vida puta y arrastrada…” Era la hora en que el viejito hacía sus gracias. Pasó un rato indefinible. Se oyó una flatulencia parecida al trueno. El cura se persignó, conteniendo la carcajada, y el hijo de la alcaldesa rió como un descostillado. El viejito también rió, y los despidió con un abrazo, que más parecía un manotazo, de carrera para el baño, y ellos partieron. Iban los dos caminando de vuelta por el sendero de acacias y el cura dijo: “¿Qué te gustó de todo esto?” El hijo de la alcaldesa respondió: “El viejito que está adentro, no cabe duda. Él es mejor que el jardín y los muebles de la casa.”  Que ninguno entenderá porque lo dijo, pues no todos los viejos tienen esa sal y ese dulce, producto de ser bien añejo el corazón y tener muy fresca el alma…“ ¡Niño! Eres muy inteligente, ¡que Dios te bendiga!” “¡Gracias, señor cura!” Y saliendo del rancho se alejaron de prisa.

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