sábado, 29 de octubre de 2011

CUENTOS CORTOS # 22


VIVIR CON ELLA

 

Juan es un hombre solo, que se ha sentido solo por años, muy solo. Mejor dicho solísimo. Como un monje tibetano en una cueva, siempre con la mente en blanco. Esta soledad le da derecho a estar con María, en una forma especial, y es que María no es un cuerpo sino un espíritu. Como los espíritus no se ven, María no tiene forma. Sólo es un supuesto rostro hermoso que Dios ha creado, desafortunadamente, sin especificaciones conocidas, porque no había fotografía, hace dos mil años, cuando vivió María. Hasta tanto que las conversaciones con Juan son sin verse. Pero bueno, el caso es que ese espíritu es ante todo una cara aparente, una ficción divina. Son los ojos, son la sonrisa, es el conjunto armonioso, y como no habla, todo se maneja con intuición y sentimiento. No hay rencores ni odios. Cuando estos aparecen en el alma, ella hace mutis por el foro. Así fue como una vez Juan llevó a María a lo que él llamó su cubículo interior, ubicado en la parte central de sus emociones. El término cubículo no le gustó a María. Era un lugar oscuro y frío. Pero luego de un momento, aceptó el trato, porque ella es resignada y paciente. Allí Juan la sujetó con una cadena que tenía unas eses enormes. Creo que eran de titanio, o bien, de una aleación fortísima.
Una vez María le dijo que el Señor la necesitaba urgentemente, y él le respondió que su cubículo interior no era como las cárceles en Colombia, sino que este era de verdad verdad, un cubículo claustrofóbico sombrió a la sombra de su alma. Con ese pleonasmo, María lloró aquella vez, pero de un tiempo a esta parte ha permanecido sumisa y obediente. Yo le he dicho: “María, yo no tengo corazón, tengo cubículo”. Y ella lo entendió también, que guardó silencio, luego de darse la bendición y decir ella misma: ¡Virgen Santísima!
Y todas las noches ella se convierte en la almohada de Juan. En realidad él tiene dos almohadas, una ergonómica para la columna vertebral, y María. Cuando se va a dormir, ella pega un salto y se vuelve a meter en el cubículo interno de Juan. No hay ningún problema con ella, porque no habla.
El gran descubrimiento de Juan, precisamente, coincide pues con el estudio que hizo una psicóloga famosa, sobre las mujeres de la Biblia en el Antiguo Testamento, en el sentido de que Dios habla a través de ellas, con el silencio. No pasa lo mismo con la mamá de Juan en el ancianato, donde todas las viejas hablan al tiempo.
Quizás vale la pena comentar algo más al respecto: siempre que María le dice a Juan con una mirada silente y fría que se quiere ir, él le contesta que Nuestro Señor botó la llave del candado de la cadena que la tiene atada al cubículo.
¿Y a dónde la botó?, le preguntó Juan, y ella respondió con la mirada al espacio infinito. Pasaron los días, y un buen día se apareció Jesús en el cubículo. ¿Y tú que haces aquí, madre mía? Ella, como nunca habla, levantó los hombros, y Jesús entendió todo. Cuando apareció Juan, Jesús lo llamó aparte, y le dijo: ¡Cómo le haces esto a mi mamá! Juan se disculpó diciendo que él quiere que ella esté siempre en el cubículo interior, manejando sus sentimientos. Jesús, que alcanzó a hincharse de la ira, se desinfló poco a poco. Mira Juan, lo primero que tienes que hacer es quitarle la cadena y el cubículo lo vas a transformar en tu corazón. ¡Está bien, lo haré ahora mismo.¡Pero Jesús, la llave se perdió en el espacio infinito! Ya mandé al Arcángel San Gabriel a buscarla, tranquilo.
Bueno Jesús, pero el problema es que yo no entiendo a mi corazón, se la pasa buscando amores y cae en la ira con cualquier cosa. ¡No Juan! ¡Ese no es tu corazón, es tu ego, hombre!  ¡Ay! Jesús, yo no sabía que tenía ego. Creí que eran los orientales que hablan de eliminar el ego para conseguir la iluminación. ¡Ay! Juan, ¿te vas a meter en esas honduras? Lo que tienes que hacer es muy sencillo. Acaba con tu famoso cubículo, o mejor aún, lo dejas para meter ahí a tu ego. El ego es casi imposible de eliminar. Lo que puedes hacer es domésticarlo. Que venga cada tanto el perrero de la parroquia y te lo saque a pasear, y vas tú, sin tirar la cadena, con otros perros a conocer la vida, pero tenidos de esa cadena. Vas a ver como te domesticas de bien, y María, te va diciendo cuando tienes sentimientos positivos y negativos. ¿Eso qué es Jesús? Juan, por Dios, es fácil, sólo tienes que sacar de tu corazón toda esa runfla de creencias tuyas materialistas y discernir cuales de ellas son positivas y cuales negativas, y ya. Pones allí tus creencias espirituales, las analizas, las llenas con la ayuda de María, de compasión, las peinas, les haces ondas. Si quieres les quitas la canas. Y vas donde Ana Julia, al ancianato de tu mamá, para que les rice los bucles, y sobre todo para que te las desenrede. 
Ese día Juan se sentó en el estudio que tenía con vista a la Sabana. Y lloró sus ojos. Se sintió estúpido a morir. María se le acercó por detrás, le tocó el hombro y le dijo: Parece que el Arcángel San Gabriel no encontró la llave. ¡Increíble!, musitó Juan. Jesús lo destituyó de su cargo… de manera que dejemos las cosas así.
Y finalmente, se apareció Jesús un buen día, y le contó a Juan que volvió a restituir al  Arcángel a su cargo, porque él le contó a Papá Lindo que  había conocido la situación de Juan, y que por eso, se hizo el bobo. Fue la primera vez que Juan oyó reir a las carcajadas a María. ¡Virgen Santísima!, dijo ella, como si ella fuera otra. ¡Entonces, seguimos en lo mismo! Jesús calmó los ánimos. Le picó el ojo a Juan… Y siguió para el reino de los cielos con una expresión de desencanto. ¡Yo ya no sé que hacer con María! Le dijo. Como ella no habla, ni discute, ni opina, ¡mejor dejémos las cosas así!

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