jueves, 24 de noviembre de 2011

CUENTOS CORTOS # 25


LA VIDA

¿Quién es capaz de definir qué es la vida?, dijo Petrov, escondido detrás de una gran bocanada de cigarrillo. El grupo se pasó una mirada inquisitoria sin respuesta. La universidad tiene momentos que se viven con una intensidad peculiar. Me refiero a la formación de los grupos de estudio que se inician en la clase, pero que acaban de formarse en la cafetería. Allí, tomando tinto, surge el conocimien­to propio de cada uno de sus integran­tes, y cada cual se destapa o se esconde tras la costra que le permite conservar la inti­midad.
A mi me apodaban Cascajo, porque era un poco duro y poco sociable. En clase de derecho el profe me llamó la atención sobre el cuerpo del delito, y de allí salió una gran controversia, porque él se sonrió con lo que le dije en secreto, y todo el grupo quedó intrigado. Nada se supo. Y mi salida fue hablar de epistemología para confundirlos. Porque la epistemología, como teoría del conocimiento, se ocupa de problemas tales como las circunstancias históricas, psicológicas y sociológicas del conocimiento y los criterios por los cuales se le justifica o invalida, y esto era una trampa para ocultar ese conocimiento, del que hablamos con el profe, y la razón de su risa.
La epistemología, por ejemplo, puede utilizar métodos y fundamen­tos que tienen que ver más con el corazón que con la cabeza, y en casos extremos, con la Virgen Santí­sima, ¡imagínense!. La mayoría inmensa coincide en hacer una poesía, para explicar la vida. Esa misma pregunta de Petrov, dicha en Alemania, no sabría explicar si se haría o no se haría; si se respondería o no. A lo mejor sería absuelta con una respuesta evidente, obvia. Naturalmente que aquí, imposible quedarse callado, esgrimiendo más imaginación que razón. La tertulia de las diez a.m., después de iniciar clase a las siete de la mañana, era la más agitada. El hecho de haber estado sentados rígidamente en un pupi­tre duro, durante horas, nos hacía estirar los miembros, frotarnos las manos y toda clase de movimientos de calenta­miento de los músculos entumidos y enca­lambrados por el frío y la quie­tud. A Petrov lo teníamos para hacer las preguntas, por su condición de inquisi­dor. Sus ojos negros eran los precisos para mirar, claro, inquisitivamente. Utilizaba un sobretodo gris, que era una  especie de cama ambulante, con una bu­fanda enrollada al pescuezo. Sus padres polacos habían llegado en la década de los cuarenta, con la Segunda Guerra Mundial, vendiendo telas, puerta a puerta. Tenía una singular palidez, que causaba en la primera impresión el susto de estar frente a un anémico.
Yo, era la patada como miembro del grupo. Tenía un mutismo tenaz, con tendencia a la antipatía, y a la actitud autosufi­ciente. No tenía jamás un apunte intere­sante. Cara amorfa, sin gestos; mirada perdida; labios en "u" boca abajo. Me llamaban también Savonarola por mi oratoria estúpida y cínica. Pero la verdad, la sorpresa que causaba ella, era más producto de mis estrategias de permanecer callado todo el año y sólo hablar una o dos veces. ¡Miércoles, este habló!, decían.
Pedro en cambio resaltaba por ser el hombre comunicativo, audaz, simpático e interesante. Una de sus metas con el grupo era jugarse el todo por el todo, siempre que el resultado fuera construc­tivo, pues no resistía el pesimismo. 
Pedro como siempre inició su cháchara que al comienzo por lo impro­visada, adolecía casi siempre de carác­ter acadé­mico. Era siempre como un disparo de tanteo. Antes de responder a Petrov, dijo: Se me ha ocurrido que podríamos comparar la vida vegetal y la animal.  Por ejemplo: los árboles dan fruto. No todo el reino vegetal da frutos. Y hablo de fruto, porque considero que es una muestra del árbol como ser vivo, un elemento que nos per­mita llegar a saber para qué es la vida, por medio del fruto. Pedro hizo un extenso análisis de ambos reinos. Las tres mesas que el grupo unía para contenerlos a todos, miraban hacia  Pedro con un interés diverso. Se oían toda clase de comenta­rios en pro y en contra de uno u otro reino. Hasta llegar a la hilaridad. Qué tipo de árbol podría compararse con Petrov. ¿Un eucalipto, un ciprés, un samán? Habría que ir a la biblioteca, para saber las característi­cas botánicas de cada cual, pero antes una buena risa envolvía las opiniones, más locas que cuerdas.
A mi, por ser Cascajo, me ubicaron en el reino mine­ral. Eres una gran piedra. Eres una roca en la playa. Una piedrita de un río. Una laja para una fosa. Eres cascajo puro. Naturalmente a todos los miré por encima del hombro, y lo más que consiguieron fué desfruncirme el ceño y en los casos extremos, hacerme sonreír. En todo caso, el consenso fue sobre la característica del mutismo de las pie­dras y la distancia que mantienen entre si, lo que les impide todo carácter social, con excepción del conocido uso que hacen de ella los estudiantes de la Universidad Nacional, cuando las vuelven socialistas impenitentes.
Petrov habló para decir que la cosa hasta ahora era lamentable: "Parecen niños de colegio ustedes". Hizo una alusión al carácter moderno que tiene el concepto vida. Antiguamente se confundía el signi­ficado de ser con el de existen­cia. Kierkegaard habla por eso del "existente humano", para encontrar que el ser que conforma ese "existente humano", está conectado con la subjeti­vidad de ese ser. ¿Me explico? Las tres mesas quedaron en silen­cio. Se acabó el humor y entraron todos como en un suspenso tenso. Nos hizo ver  que la comparación entre los tres reinos era válida, menos en cuanto al reino animal racional, es decir, el de los humanos, por tener estos, subjetividad. Luego se dirigió a Pedro, que era el más poeta del grupo para que opinara al respecto. Pedro, que había estado tomando notas en todo este tiempo, respondió: La vida se parece al maullido de un gato en una tapia sin sol. La vida aspira frío y exhala vapor, pero logra superarse cuando es niebla suspendida. Es el humo azul de un cigarrillo pálido y consumi­do. Y cuando se le cae el techo y esta sin zaquizamí, evoca un escenario y un paya­so. La vida es una bomba atómica en bicicleta. La vida se tras­torna y deja de ser vida, cuando los manzanillos se paran y votan. Casi nadie comprende que la vida nunca se pone botas militares; es, en cambio, eternamente des­calza, vestida de trapos o de gris, como los burros.
Una gritería ininteligible acompañó el final de la exposición de Pedro. Los conceptos mayoritarios se enfocaban a que no había que confundir poesía con filoso­fía. Pero fué Petrov nuevamente, terminó haciendo un análisis breve de la exposi­ción de Pedro, y conociendo de antemano las posibilidades racionales del grupo, dijo: Lo que ha dicho Pedro, corresponde a algo muy importante y muy cierto que le ocurre al hombre, desde tiempo inme­moriales, conocidos desde la Grecia Clásica. Pues por medio de la lírica griega el hombre expresa los sentimientos personales e íntimos del autor. Es decir, en otros términos, expresa su subjetivismo. El estar vivo, se conectaba con el subjetivismo para producir ese fenómeno que llamamos existencia. Es la unión de lo objetivo con el ser, y con  lo subjetivo, para hacer la existen­cia del alma. 
¿Entonces? preguntaron las tres mesas al tiempo. Sí, dijo Petrov, es cierto, los conceptos subjetivos de Pedro son cier­tos. Que no correspondan con la realidad; que la vida no sea el humo azul de un cigarri­llo, pálido y consumido, es otra cues­tión. Lo evidente, es que Pedro siente que su vida es así, y eso quiere decir, que es cierta la expresión como manifestación de la exis­tencia de Pedro. No es más.
Alguien refiriéndose a mí, dijo: Cascajo, tenía que salirse con sus burradas. Dizque ha dicho que la vida son los tintos que nos trajo la mesera. ¿Dizque la vida, unos tintos? ¡Que bergajo tan estúpido! Nada de eso, dijo Pedro, tomán­dome del hombro, la vida es el maullido de un gato, en una tapia sin sol.
  No  estoy de acuerdo con eso, Pedro, le respondí. Y me acordé de un verso. Era de la Gruta simbólica que se formó a finales del siglo XIX, y recoge lo mejor del ingenio bogotano. La vida, entonces, es mucho mejor como la sentían antes, y para el caso tomé estos versos de Soto Borda, para explicarlo, haciéndoles ver que lo pusieron preso por un romance, a propósito de nuestra clase de penal que vamos a tener ahora, y donde es imposible que la vida la miremos con amor, a no ser que lo hagamos como lo dice este poeta:
 Amor, por ti estoy preso
¡Como un caco en la Central!
Fue un pecado original
Que principió con un beso…
Ruede la bola, el proceso
Seguirá hasta lo infinito;
Pero no … no estoy contrito,
Porque, alegre en este coso,
¡Sólo pienso en lo sabroso!
¡Que es el cuerpo del delito!
Al entrar a clase el profe nos tenía entre otras cosas, unas palabras en el tablero: El cuerpo del delito. Petrov dio en el clavo, diciendo que ahora sabíamos todos, por qué la risa del profe con el cuento de Cascajo. La risa terminó en Bavia, al revelarse que el famoso cuerpo del delito es nada menos que la vida… Aquella a la que aludió Petrov y Pedro convirtió en el humo azul de un cigarrillo y Cascajo en el amor. 

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