LA RISA
CONVERSACIONES CON MI MANO DERECHA
O el drama del temblor genético
La razón crítica que tenemos todos, la estudia Henri Bergson en su libro La Risa, como un don que nos dio el Espíritu Creador, cuando nos formó. Él sabía que llevar la vida no era fácil, que se requería de muchas cosas, incluyendo la risa. Y esta era la panacea para pasarla bien a pesar de todo.
Quizás era esencial para poder cambiar el carácter de esos viejos, (como yo), que llegan a tener la boca en “U” invertida, caminar con piés de plomo, sin levantar el pié, y desarrollar a cada paso un embuste fiero, violento, con las personas que nos encontramos a cada paso. Usted es un indio sarrapastroso, es lo que le decimos a todos cuando nos cruzamos una mirada, sin que haya motivo para hacerlo.
Luego de un examen de conciencia, comprendí que me estaba perdiendo de vivir la vida. Resolví volverme oriental, estudiar Zen, y encerrarme en mi mismo para sacar toda esa carga de violencia que tenía incrustada en mi alma, por culpa mía, y de nadie más.
Creo que no pasó mucho tiempo, cuando me encontré con una persona totalmente distinta. Hasta adquirí la misma cara del Dalai Lama, que siempre está pintada con una sonrisa, y basta cualquier impacto en la razón crítica de Henri Berson para soltar la carcajada.
Pero me quedó un problema que me superó todos mis esfuerzos: el temblor en mi mano derecha. El doctor que me vió me dijo que no era Parkinson, sino temblor genético, porque toda mi familia lo tenía.
Lo pensé mucho, luego de que salí del dictamen. Se me ocurrió que mi mano derecha era una persona diferente a mí. Y comencé a hablar con ella todos los días, a todas horas… Concluí que todo el problema se generaba en las palabras de nuestra conversa diaria.
Un día que me quedé solo, abrí el cuaderno de tareas de mi taller de teatro, del Taller de la Risa, y me encontré con que este cuaderno versaba precisamente sobre la palabra, de cómo la palabra oral, que es sonido, se transformaba en signos escritos. Que hablar con mi mano derecha, es proferir palabras para darse a entender. Que parlar, según la Real Academia, es revelar o decir lo que se debe callar, o bien, de lo que no hay necesidad que se sepa. Que garlar es hablar mucho y sin interrupción y poco discretamente. Que la conversa, con mi mano derecha, según el Caro y Cuervo, es cortejar o pretender, pero también, (¡qué curioso!), zumbar el zancudo. ¿Se imaginan ustedes: un zancudo conversando? También el Caro y Cuervo, dice que hablar golpeado es hacerlo en tono fuerte, en forma de reproche y con mal estilo. Hasta que llegamos a chismear, o chismosear o chismorrear, que consiste en llevar y traer chismes o murmurar, siendo chisme igual a mentira, para el Caro y Cuervo, y noticia verdadera o falsa, para la Real Academia. En fin, por todos estos vericuetos hube que pasar, porque todas las significaciones vistas, pasaban por la palabra o se originaban allí, cuando parlaba con mi mano derecha.
Y como la palabra es sonido y me hallaba solo, me di cuenta a la hora del desayuno que mi mano derecha temblaba más de lo normal. Con anterioridad la había llevado al doctor quién señaló que no era Parkinson, y se inventó lo del temblor genético para salir de la vaina, que era una enfermedad degenerativa del sistema nervioso que se caracteriza por temblor en las extremidades. Y descubrí que hablando con ella, sobre todo, cuando tomaba sopa, la respuesta era en muchos casos un disminución sensible del temblor. O por lo menos un temblor pasable. Y era precisamente a través de la palabra que se lograba el efecto positivo.
MANO DERECHA: Si, pero lo que pasa es que su merced en un tiempo se dirigía a mí con groserías impronunciables aquí.
YO: Bueno, pero eso fue después que me obligaste a ir al banco a cambiar la firma en la chequera. ¿Te parece poco?
MANO DERECHA: ¿Y luego la mano izquierda no me reemplazó?
YO: Sí, pero cuando la gente la ve escribir, me preguntan que si estoy en primaria todavía.
MANO DERECHA: (Riéndose) ¿Su merced en primaria? ¡Un octagenario! ¡Por favor!
YO: Pues sí. Pero de un tiempo acá te estoy tratando mejor. Mi siquiatra me explicó que con afecto el organismo responde mejor.
MANO DERECHA: ¡Sí, claro! Su merced siempre está interesado en dominarme…
YO: Pero el siquiatra me ha dicho que es imposible. Entonces lo que he tratado es llegar a un acuerdo contigo para que no me hagas quedar mal.
MANO DERECHA: ¿Hacer quedar mal a su merced?
YO: ¡Claro!, me tocó negarme a asistir a las comidas. Te imaginas cuando son pocos los invitados, y uno ahí sin poder tomarse la sopa.
MANO DERECHA: Pero su merced no debe quejarse, porque en la casa de las Urruchurto, ya le ponen la sopa en un pocillo, y su merced la toma con las dos manos, y ya.
YO: Eso es verdad… En algunos casos está superado. Pero cuando me iban a nombrar notario…
MANO DERECHA: ¿Y a quién se le ocurrió semejante barbaridad?
YO: Bueno, es explicable, mi competidores conocían esta desventaja, me consideraban un enemigo no peligroso, es más, descartable…
MANO DERECHA: ¡Ay!, su merced… si yo no hubiera nacido en Boyacá, con la raíz muisca, quién sabe en que asesinatos con sus competidores se hubiera metido su merced…¡con lo bravo que es!
YO: Ese es un cuento chimbo suyo, mano derecha. Yo nací en La Candelaria, allá en la Calle 14 de Bogotá… lo que pasa es que mis padres contrataron a Delfín Castañeda…
MANO DERECHA: ¡Delfín Castañeda!
YO: Sí, un sacerdote muisca, boyacense, porque el temblor genético, no se sabe por qué, se manifestó desde temprano, y usted apareció temblando en la Primera Comunión, cuando hubo el grado de bachiller, en la universidad, y para no alargar la cosa, de lo que usted temblaba en el matrimonio.
MANO DERECHA: ¡Qué pena! Me da una vergüenza con su merced.
YO: ¡No se preocupe! La tarea que me pusieron en el taller de teatro, fue trabajar la palabra, y eso es lo que estoy haciendo ahora contigo, y más que la palabra: el parlamento…
MANO DERECHA: ¿El Congreso de la República?
YO: (Drástico) No, no, no… ¡Qué chimbera! Como lo dice la Real Academia: “…parlamento es una relación larga en verso o prosa.” Es como si pusiéramos la palabra, como la tenemos ahora contigo, en una conversa, sin que sea “zumbar los zancudos”, como lo trae el Caro y Cuervo.
MANO DERECHA: ¿De manera su merced que esta es la tarea? Se fija, que no todo es malo. Si no fuera por mi temblor, esta parla hubiera sido inútil. ¡Cómo la ve su merced!
YO: La veo negra… pero no todo está mal, como lo dices… está hecho el trabajo… terminada la obra.
Yo me paro del computador, donde estaba en la conversa, y me voy a tomar un tinto a la cocina. Allí comienza un drama impronunciable, se ha derramado el tinto. Yo la regaño, y ella trata de arreglar todo con el “su merced.” Y todo se compone cuando cuando encuentro la razón crítica de Henri Bergson entre mis apuntes. Claro, hemos leido el cuento en la clase, que llamamos El Taller de la Risa, y todos nos hemos reído mucho. Uno de mis amigos ha sabido decir que yo soy un cuento, y otros, que mi mano derecha sabe más de aguas que yo.
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