LA CONCILIACIÓN
Sería una contribución excelente que en los hogares y en los colegios, los niños oyeran esta palabra, que no suele figurar en los pensum de primaria y bachillerato, para luchar contra la violencia. Todos vivimos de espaldas del tema, siendo necesario que formemos desde jóvenes una conciencia sobre la violencia, que nos libre de ser indiferentes. Debemos de estar, por el contrario, prevenidos, y manejar, inclusive en teoría, en qué consiste la conciliación. No es fácil llegar a la conciliación, ya que se funda primero que todo en el perdón. Exactamente en saber perdonar al otro y a sí mismo.
Es bien difícil tratar un tema que todas las personas manejan en forma subjetiva. Pero la cuestión ya ha llegado a un climax, que requiere que el tema se vuelva objetivo, y que entre a ser parte del diario vivir.
Y para ello, nada mejor que aprender de Jesús, para poner en práctica sus enseñanzas, tal como aparece en el Sermón de la Montaña, en particular en el pasaje inspirado que encontramos en Lucas 6, 27-38; mensaje tan amado por Gandhi: ¡Amen a sus enemigos y hagan el bien a los que los odian; bendigan a los que los maldicen y rueguen por los que los maltratan. Al que te golpea en una mejilla, preséntale la otra. Al que te arrebata la capa entrégale también el vestido. Dale al que te pida, y si te quita lo tuyo no se lo reclames. Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. Porque si aman a quienes los aman a ustedes, ¿qué mérito tienen? Hasta los malos aman a quienes los aman. Y si hacen bien a quienes les hacen bien, ¿qué mérito tienen? También los pecadores obran así. Y si prestan algo a quien se los puede retribuir, ¿qué hacen de especial? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir de ellos igual trato.
Por tanto, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Entonces la recompensa será grande y serán hijos del Altísimo, que es bueno con los ingratos y los pecadores. Sean, pues, compasivos como es compasivo nuestro Padre. No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados, perdonen y serán perdonados. Den y se les dará; con la misma medida que midan serán medidos.
La compasión con los que yerran nunca es desproporcionada si en lugar de sembrar semillas de odio somos misericordiosos como lo es el Padre celestial. Perdonarnos y perdonar es una catarsis y es el mejor medio para estar en paz. El perdón evita desgastes innecesarios y nos aquieta. Por eso Cristo incluye el perdón en el Padrenuestro y al final de su vida perdona al ladrón arrepentido y pide perdón para todos diciendo: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen».
Jesús nos enseña que ningún mal es irreparable y que la compasión es la medicina para curar los desgarramientos que dejan en el alma las ofensas graves y las fallas mayúsculas. Con el odio el alma está mutilada y con el perdón hay esperanzas, salud y libertad. Algo que reafirma el obispo sudafricano Desmond Tutu, Nóbel de la paz, en su libro «No future without forgiveness», (Sin perdón no hay futuro). Ser espirituales es dejar de consumirnos en las brasas del odio y recordar que «en el Reino de Dios son felices los compasivos porque son los que alcanzan misericordia». (Mateo 5,7). De tantos encuentros de Jesús vale la pena destacar tres en los que brilla la compasión del Maestro:
En lugar de condenar a esta mujer que ha tenido cinco maridos y ahora está con otro que no es su marido, él le ofrece agua viva, le da su amor y pasa por encima del odio atávico que separaba y enfrentaba a judíos y samaritanos. Un odio bien reflejado en este proverbio judío: «Más vale el gruñido de un puerco que la plegaria de un samaritano». La página del relato de Jesús y la samaritana, que aparece en el capítulo cuarto del evangelio de San Juan, es considerada por muchos como una de las más bellas de la Biblia.
En el encuentro narrado por el apóstol Mateo en el capítulo 9 de su evangelio, es interesante destacar lo que dice Jesús a los que critican su actitud amorosa con los pecadores: «Aprendan lo que significa esta palabra de Dios: me gusta más la compasión que los cultos y sacrificios, pues vine a llamar a los pecadores al arrepentimiento, no a los justos». Un llamado muy claro de atención a los que viven obsesionados con los credos y las reglas, en lugar de ser misericordiosos y generosos en el perdón y la no violencia.
Nosotros encontramos en Jesús y la mujer pecadora de Magdala, un texto que resalta de nuevo el contraste entre la frialdad glacial de un fariseo orgulloso y el deseo de cambio de un pecadora arrepentida. La mujer halla en Jesús un refugio de comprensión y en el fariseo se encuentra una falsa bondad que juzga y condena. Jesús nos dice que al que mucho ama mucho se le perdona y una vez más deja claro que el perdón del Padre es incondicional, porque Dios no es un juez, sino la fuente del más puro amor.
Recordemos que nada es irreparable para nuestro Padre del cielo. Dios no va a permitir que ninguno de sus hijos se pierda, pero hay que revaluar lo aprendido y tratar de comprenderlo dentro de un contexto cada vez más amplio. Al explorar con ojos nuevos los textos sagrados, se comprueba que para el Padre nada es irreparable porque su amor va más allá de toda medida. En esta vida, y en la que sigue, o en las que volvamos a vivir en la tierra o en otra dimensión, cada cual recogerá lo que ha sembrado, pero también tendrá la oportunidad de resarcirse, evolucionar y volver a la Luz.
Aunque no lo acepten algunos, pensar en un infierno eterno es concebir un castigo desproporcionado y uno lo entiende cuando ve a una madre visitando a su hijo en una prisión, sin importarle que haya asesinado a diez personas. Para ella, él sigue siendo su hijo.
En este sentido estamos lejos de un amor total y en nuestra ignorancia a veces creamos «a nuestra imagen» un Dios tan pequeño y tan mezquino como nuestros juicios. Ojalá recordemos que la vida es un cotidiano aprendizaje de paciencia y tolerancia, de aceptarnos y de aceptar a los otros. Y el día más apacible es aquel en el cual la tensión no nos quema en la vana pretensión de cambiar el mundo. Los cambios que cuentan son los que hacemos en nuestra propia alma con un amor rico en comprensión.
La paciencia es el antídoto contra la rabia y el odio. La paciencia nos ayuda a ser calmados, lo cual se logra más fácilmente cuando tenemos a la bondad como inseparable compañera. Está bien ser firmes y no permitir que otros nos hagan daño, pero al mismo tiempo podemos tratar a todos con misericordia y compasión. Jesús es un buen modelo de paciencia y con él tenemos paz en el alma. Cuando somos pacientes las acciones de los otros no nos afectan y somos tolerantes con sus fallas. Ser compasivos es darle un estupendo regalo al universo y a nuestra alma.
El día que lo hagamos, el mundo será otro, cuando en su totalidad, aprenda a vivir con el amor puro de Dios. Él tiene un solo lenguaje universal, una sola creencia en el amor, una sola raza con el mismo cuerpo que Él formó; una sola alma universal, un solo y único corazón. Y conciliarse es llegar a esto. Cuando en el mundo todos estemos conciliados, lo más probable es que conozcamos al fin la felicidad verdadera.
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