sábado, 22 de enero de 2011

ENCUENTRO CON LA VIOLENCIA 91




ENVEJECER

INTRODUCCIÓN

Una solución universal a la violencia sería recurrir a las personas mayores, a los ancianos, a los viejos, para que le den un manejo prudencial a los odios presentes en la sociedad actual entre países y personas. Ellos suprimirían las armas, y las cambiarían por el diálogo, pues con el peso de los años, se ama y se respeta más la vida. Se llega al convencimiento que la vida es pasajera, pero sagrada, y que cada momento cuenta. No se puede dejar pasar la vida, ni hacer como ciertos viejos pensionados, que se sientan en la sala de su casa a mirar el techo, como si eso fuera vida. Los viejos que saben, no pierden un minuto. El cuerpo envejece, pero el alma no. ¿Se puede ser niño a los 90? ¡Claro que sí! La imaginación sirve para eso. Un viejo con trombo puede imaginar que camina saltando, y así, todas las cosas que haga como niño son posibles.
Las personas mayores o ancianos, tenían el apelativo de sabios en la tribus de antaño. Y era lógico, porque eran las personas que habían vivido, y tenían experiencias que las personas menores no habían conocido. Es decir, cuando se reunían a resolver los problemas de la tribu, eran los expertos, los que sabían.
En la actualidad eso se ha perdido. Parece ser que la sociedad los ha depositado en un archivo de museo. Y se ha desvalorado la importancia de envejecer. Un viejo, por eso digo, es una pieza de museo, hoy día, y creo que esto obedece a una anécdota de Sófocles, (498 a.C.), que lo explica todo. Le preguntaron, ya viejo, que por qué no regresaba a las lides del amor, y él respondió: Que los dioses me libren de ello, ¡ya no es hora!
Y es evidente: estar retirado hoy día de la actividad sexual, y llevar una vida espiritual… bueno, dentro de la actualidad, sería una locura, una pendejada, sobre todo si uno tiene billullo. La vida actual está para la bullaranga, a pesar de que se den y se sepa que pululan 40 enfermedades de transmisión sexual.
Saber envejecer se volvió una ciencia, ciencia que lo puede llevar a uno, a pasar a mejor vida, no sólo muerto, sino bien vivo. Veamos un autor que ha estudiado el asunto con profundidad:
EL ARTE DE ENVEJECER

Escogí del escritor francés, André Maurois (1885-1967), autor de novelas y de biografías noveladas, “El arte de Vivir”, una de sus obras, que tiene cinco capítulos, el arte de pensar, de amar, de trabajar, de mandar y de envejecer. Hemos trascrito este último capítulo para las personas mayores, pensando que es muy propio para estas, y porque muchas veces no se cae en cuenta de las minucias que hacen de la vida un detalle. Maurois cita muchos autores europeos, especialmente franceses, con respecto al tema de la vejez. De manera que no se trata de un sólo parecer, sino de varios. Veamos un caso negativo:

Un ejemplo crítico sobre cómo no tomar la vejez así, lo trae Proust, quién ha demostrado admirablemente “En  Busca del Tiempo Perdido”, el estupor que experimentamos cuando el azar nos hace de improviso volver a encontrarnos, después de treinta o cuarenta años, con un grupo de hombres y mujeres que habíamos conocido, cuando éramos adolescentes. En el primer momento, dice Proust, no comprendí por qué vacilaba en reconocer al dueño de la casa que nos invitaba y a los invitados, porque cada uno de ellos parecía haberse caracterizado con el tiempo, con un rostro grave y arrugado, y lucía una cabeza cana que la cambiaba por completo en nuestro recuerdo, su juventud ida. Era el encuentro sorpresivo de cada uno con la vejez del otro, quienes se hallaban rebozados con una barba blanca y arrastraban los pies como si llevasen unas suelas de plomo, que diesen tanta gravidez que no podían levantar el zapato, sino que lo arrastraban todos trabajosamente. Sus bigotes estaban blancos como si se hubiesen quedado entre ellos la blancura de la leche. Llevaban la boca contraída como si estuvieran disgustados. ¡Qué jartera de encuentro!
Dice Maurois: El verdadero mal de la vejez, no es el debilitamiento del cuerpo, es la indiferencia del alma, que se siente vieja, cuando el alma nunca envejece. El viejo se queda sentado mirando el techo, indiferente, perdiendo el tiempo, por la creencia de que está viejo, siendo que el alma, lo vuelvo a repetir, nunca envejece. Lo que desaparece cuando se pasa la línea de sombra, no es tanto el poder como el deseo de hacer. Del lado de allá de la línea de sombra, los espíritus entran en una zona de luz igual y moderada, en la que los ojos no hallándose deslumbrados por el sol del deseo, ven las cosas y los seres como son. Es decir, volvemos a la sabiduría de los ancianos que ya saben como es la cosa, y tienen los pies en el suelo y no en las señoritas prepago, o en las realizaciones irrealizables.


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