EL PERDÓN
Este es otro punto importante en el comportamiento de las personas violentas que nadie estudia. Hace dos mil años Jesús dijo que deberíamos amar a nuestros enemigos, y esto ha sido imposible, por motivo que no nos enseñaron a perdonar y a conciliar. Nadie se toma ese trabajo. ¡Qué pereza! Y cuando lo hacemos, nos queda en falso, pues en el interior nos decimos de dientes para afuera, sí, perdonamos. Pero de dientes para más adentro, donde está Jesús, no lo hacemos, pues nos queda la rasquiña del resentimiento, que es superior a una montaña como el Everest.
Jesús es el mejor maestro para desenmascarar el falso perdón y avanzar en el camino del entendimiento y la reconciliación. Solo así podemos renovarnos y ser libres, destruir la culpa, soltar la rabia y encontrar sosiego.
Falso perdón es negar la ira, no reconocer las heridas y engañarnos con un perdón rápido y superficial. Falso perdón es seguir de víctimas cuando la salida está en valorarnos y tomar el control de la vida. También es falso perdón culparse o culpar, ya que la culpa enferma, paraliza y aprisiona. Falso perdón es decir «perdóname» sin sentirlo y sin un firme propósito de mejoramiento. Auténtico perdón es soltar la ira, asumir el dolor, tomarse el tiempo necesario y llegar hasta las raíces del mal.
Auténtico perdón es responder con el alma, con todo el corazón. Auténtico perdón no es olvidar, sino recordar en paz; es nunca verse superior a nadie puesto que el perdón es un acto de amor y humildad. Auténtico perdón es ponerse en el lugar de los otros, verlos con los ojos de Dios y aceptar que hacen daño porque apenas están descubriendo las delicadas leyes del universo y el espíritu. Están aprendiendo que aunque Dios no juzga y es pura compasión, todo lo que uno siembra lo ha de cosechar. Auténtico perdón es ver al otro en uno, verse uno en el otro y ver a Dios en los dos, sin un solo atisbo de separación.
Las etapas que una persona cumple para perdonarse y perdonar son personales y de ninguna manera pretendemos establecer un procedimiento único. Sin embargo, puede hablarse de ciertas vivencias que habitualmente se dan en el ejercicio de perdonarnos y perdonar. Las denominamos reglas de oro porque aquel que las practica progresa en su camino, se libera de viejas ataduras y rompe el arnés de las culpas y los rencores.
Perdonar es un arte que pide tres cosas: querer, actuar y persistir. Usted mismo se pone límites cuando dice «no puedo» y levanta murallas más altas que la muralla china cuando se repite «no quiero». Lo invito a meditar este pensamiento de Henry Ford: «cuando creo que puedo tengo la razón y cuando creo que no puedo también tengo la razón». Crea que sí puede y entréguese a hacer la meditación con ganas, con pasión. Eso es querer. ¿Acaso hay barreras insuperables para aquel que quiere algo con fuerza y entrega?
Querer es mucho más que alimentar un deseo vago. Querer es ir más allá del síndrome del «ía», delatado en expresiones como: me gustaría, lo haría, lo intentaría. Y algo más, no sólo se trata de querer sino también de perseverar en el intento. El perdón se logra con estas herramientas: práctica, práctica y práctica. Por eso se habla de procesos. Es una alquimia en la que usted transmuta en oro el plomo del odio a través de distintos procedimientos. Usted hace magia y la disfruta: nadie se ejercita más que un mago para poder hacer sus trucos.
Hay 9 reglas de oro para el proceso del perdón. Memorícelas y reflexione sobre cada una de ellas con profundidad, cada vez que tenga que hacerlo, y le aseguro que va lograr mucho. Eso sí en la medida que uno sea honesto consigo mismo.
Primera regla: Puedo perdonar si quiero y me dedico a perdonar. Segunda regla: Nada es imperdonable. Tercera regla: Perdonar de corazón pide una nueva visión, una mirada compasiva y comprensiva. Cuarta regla: Nadie es malo, simplemente está equivocado. Quinta regla: El perdón sólo sana y libera cuando es profundo. Sexta regla: Para perdonarme debo ser bueno conmigo mismo. Séptima regla: Dios es el mejor maestro del perdón. Octava regla: Perdonar no necesariamente es olvidar. Novena regla: El perdón no siempre pide reconciliación.
Memorizar estas 9 reglas es fundamental para repetirlas, y reflexionar personalmente sobre ellas. Es en este ejercicio que comprendemos cuán difícil es perdonar. Es bueno saber que los Orientales lo hacen mucho mejor que los Occidentales, porque ellos han desarrollado la meditación para llegar al interior del ser humano, más allá de nuestro ego. (¿O súper ego?)
Mis mejores deseos para los que intenten realizar estas 9 reglas. Para ellos van desde ya mis felicitaciones, porque sé que de esa experiencia quedan en el alma, lo que hemos llamado el amor puro, el constante, el que siempre está y que nos acompaña cada segundo de nuestra vida.
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